Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

domingo, 25 de marzo de 2018

DE PÍCAROS Y PÍCARAS

Por mucho que rebusco en la memoria no encuentro en nuestra Literatura más particular, en la picaresca, muchos ejemplos de mujeres pícaras, de protagonistas, más allá de “La Pícara Justina” o “Las Harpías en Madrid”, cuyas andanzas quedan un tanto empalidecidas frente a las formidables marrullerías del Lazarillo de Tormes, o de Don Pablos, el Buscón, o del Guzmán de Alfarache.
          Son pocas, y sus enredos van casi siempre ligados a la cuestión amorosa, a conseguir buen marido, mintiendo lo que haya que mentir sobre los orígenes y la virtud. También en esto, como en todo, los hombres ganan.
          Pero los tiempos cambian. Es verdad que, en muchas cosas, de tanto ir para atrás nos hemos plantado en el Siglo de Oro y motivos tenemos para constatar que, España, al fin y al cabo siempre ha sido un país de pícaros. Tanto, que hasta tenemos género literario propio y personajes que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal vez, han dejado parte de su ADN en nuestros genes.
          Hemos aplaudido las maniobras para sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes. Hemos admirado la pericia del dómine Cabra para hacer mil caldos con el mismo hueso, y el truco de agujerear la bota de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y gratis. Y  los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón de Quevedo, y  las ingeniosas tretas del Guzmán de Alfarache.
          Todo por sobrevivir. Pero los pícaros de ahora son más sofisticados. Y sofisticadas. Con el pan y el techo asegurados y bien asegurados, con ropa de marca y vivienda de lujo, sin pasar frío en invierno ni calor en verano, con todo el “reconocimiento social” del mundo, podrían protagonizar, sin despeinarse, un best seller de la moderna picaresca.
          No voy a bucear en la vida de Cristina Cifuentes, en su carrera hasta la cima y en los obstáculos que se ha ido quitando por el camino. Hasta se podría justificar algún comportamiento, que ya sabemos que la fama cuesta y no es fácil conseguirla. Pero falsificar un máster…
          No me imagino yo a ningún pícaro-pícara del XVII con un título de Salamanca debajo del brazo, y jurando y perjurando que lo ha obtenido en buena lid. El vergonzoso episodio que hemos vivido en estos días denigra a los profesores, a la Universidad, desprestigia nuestro sistema educativo y nos desprestigia como país.
          Y cabrea enormemente a quienes consiguen los títulos con el sudor de su frente, a los que piden créditos para completar sus estudios, pensando que con ello vendrá el maná del empleo y a los que aún creemos que los pícaros eran personajes arrastrados a la vida de trapacerías para conseguir lo elemental, ropa y comida. Que no es el caso de la insigne presidenta de la Comunidad de Madrid. En el Patio de Monipodio del siglo XXI, el de Rinconete y Cortadillo, ahora que estamos en el año Cervantes,  no se sientan ya “ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas”. 
          Alrededor del pozo, junto a las frescas macetas de albahaca toman el fresco señoronas con magros sueldos que  se ríen de nosotros cual si fuéramos simples lectores de una novela picaresca al uso y nos maravilláramos con sus tretas.
          Y me parece que pícara es un calificativo muy light para etiquetarla.

Desde Macondo. LA VIRGEN DE LA CUEVA

No soy yo quién para recomendar a nadie a qué dioses, vírgenes o santos ha de dirigir sus rezos. Y menos en estas fechas en los que las calles se llenan de dolorosas, soledades, Cristo orando, crucificados o yacentes, siempre que la lluvia los permita.
          Pero he dicho la palabra mágica: lluvia. Que aunque no caiga a gusto de todos, aunque fastidie unas cuantas procesiones, siempre es bienvenida en los sitios donde falta el agua. Y más donde, habiendo, se la llevan, la trasvasan para regar tierras lejanas. Aunque no me canse de denunciarlo, de indignarse y de clamar por una solución distinta, no voy a insistir en el vergonzoso anuncio del Gobierno Rajoy de autorizar un  nuevo trasvase del Tajo al Segura, que no nos van a dejar las cuatro gotas que han caído, por si nos acostumbramos.
          Se me ocurre que, por las fechas en que nos encontramos, podrían sacar en procesión a la Virgen de la Cueva, esa de la cancioncilla infantil que, mire usted por dónde, es valenciana. Que sí, que me he informado. Al parecer, en 1726 la Comunidad Valenciana sufrió una sequía general que puso en peligro las cosechas. Se trasladó a la Virgen y los labradores de pueblos de alrededor le rogaron que trajera lluvia. Al parecer, al día siguiente  amaneció lloviendo y nevando y no pararía hasta una semana después, cuando se llenaron todos los huertos del Reino. De los campos de golf no dice nada la historia, porque entonces no había.
          Y fueron felices, plantaron muchos más huertos, hicieron pueblos y ciudades nuevos y sus ricos productos, bendecidos por el agua, se empezaron a distribuir por todas las provincias y aún allende nuestras fronteras, colmando los hogares de bienes y riquezas. Todo por sacar en procesión a su Virgen de la Cueva.
          El Levante español ha sustituido la devoción a la Virgen por la mucho más pragmática solución de abrir el grifo, que ya sabemos que en el cielo tienen muchos compromisos y no pueden atender a todos. Eso sí, ahí la tienen, por si acaso. Como las desaladoras.
          Nosotros no tenemos Virgen de la Cueva. Ni mar para desalar o como fuente de desarrollo. No tenemos grandes extensiones de regadío porque el agua que debía anegar nuestras huertas se queda a cientos de kilómetros. Y ya no tenemos la mínima esperanza de que un Gobierno injusto e interesado se acuerde de que el Tajo, como estudiábamos en el colegio, nace en la sierra de Albarracín, pasa por Toledo y Talavera y desemboca en el océano Atlántico. No en el Mediterráneo
          Ya ni nos consuela que llueva, que tenemos la amarga certeza de que lo recogido no durará ni un suspiro en los embalses. Como premio de consolación, hemos “disfrutado” de la imagen del río corriendo, tras meses de verlo varado, arrastrándose dolorido y convertido en una charca putrefacta. Sin vida.
Y ahora lo rematan con un nuevo trasvase.

jueves, 22 de marzo de 2018

Desde Macondo. YA ES PRIMAVERA


"Con la primavera/viene una ansiedad/de pájaro herido/que quiere volar" (José Martí). 

Igual se piensan los del anuncio de los grandes almacenes que han inventado algo. Ya es primavera. Y desde siempre, esto es algo más que un tránsito de una estación a otra. Será porque el invierno se asocia a la oscuridad, porque la tierra despierta y se empiezan a hacer realidad las promesas de las cosechas, porque se guardan mantas, se airean las casas y se abren puertas y ventanas.
          La primavera, desde que se tiene noticia, y aún antes, ha inspirado las fiestas más tradicionales, las dedicadas a la diosa Ceres, a la pachamama, la madre tierra, a las flores, a la vida…
          Y como los tiempos cambian, primavera es hoy todo eso y más. Hubo una primavera en Praga, y una Revolución de Claveles en Portugal. Y muchas malogradas primaveras árabes, que, a pesar de todo, algo han conseguido, han puesto en el mapa muchos países y demasiados problemas.
          Aquí también ha llegado la primavera. Vino, un tanto retrasada, en mayo de 2011, y ahora se ha adelantado, tal vez por aquello de que rectificar es de sabios. Estamos viviendo nuestro particular cambio de estación con la esperanza de que sea eso, cambio.
          El 8 de marzo marcó un antes y un después; el 17, sólo tres días antes de la entrada oficial de la primavera, también. Y me aventuro a decir que habrá más, porque, como dice Martí, con la primavera viene una ansiedad de pájaro preso que quiere volar.
          Los pensionistas nos están dando una lección. Pero detrás de sus enseñanzas, sabias como casi todo lo que proviene de la experiencia, hay muchas más cosas. Hay un sistema que no vale ni a las mujeres, ni a los jubilados ni a los jóvenes, condenados al desempleo o a los trabajos más precarios, que para nada les asegurarán una vejez decente.
          Y también para ellos es primavera. Ha llegado. Los hemos visto, no tanto como nos gustaría, apoyando las propuestas de los mayores, con sus padres y con sus abuelos, defendiendo lo de ellos y lo suyo propio. Y todos nos hemos preguntado lo mismo, qué le pasa a esta juventud, divino tesoro, que diría otro poeta, que necesita que sus madres, sus abuelas, sus abuelos, tengan que empujarlos a buscar su propia primavera.
          Porque ya han perdido muchas estaciones, y se han quedado varados en un otoño incierto, en un invierno gris, en un verano de sopor y parálisis. Es primavera para todos, que cada cual tenemos nuestra propia ansiedad. Que todos queremos volar y hemos pasado demasiado tiempo con las alas cortadas.
           Todo pasa en primavera. Llega la vida y hay que cogerla por los pelos para que no se nos vuelva a escapar. Que hemos pasado un larguísimo invierno.

martes, 20 de marzo de 2018

Desde Macondo. POR UN PUÑADO DE EUROS (Dos años del UE-Turquía sobre refugiados)

Sabemos que dineros son calidad. Verdad. Lo dijo Góngora. Y su archienemigo Quevedo dejó escrito eso de “Y pues al pobre le entierra/Y hace propio al forastero, /Poderoso Caballero es don Dinero”. Hasta el arcipreste de Hita, que la Iglesia de esto sabe mucho, nos ilustró acerca de todo lo que puede hacer el dinero, y porqué se le ha de amar. Me han venido todos de golpe a la cabeza leyendo una noticia de plena actualidad, el segundo aniversario del vergonzoso pacto sobre refugiados entre la Unión Europea y Turquía, del que se cumplen justo ahora dos años.
          Porque no hace falta recurrir a los clásicos, bucear en la literatura ni en la historia, para constatar la amarga realidad, para comprobar que, por los siglos de los siglos, el dinero lo compra todo. La tranquilidad por supuesto. La vergüenza, también. Dos años después de su firma, el acuerdo migratorio es considerado un éxito técnico por la reducción de llegadas a las costas y un fracaso en el plano moral por las condiciones de vida de los refugiados en Grecia.
          Desde que en marzo de 2016 se nos vendiera el acuerdo como "una medida temporal y extraordinaria, necesaria para acabar con el sufrimiento humano y restaurar el orden público", los miles de personas que viven atrapadas en las islas griegas apenas han conocido algo más que sufrimiento. Por 3.0000 millones de euros, se establecía que “por cada sirio retornado a Turquía desde las islas griegas, se reasentará a otro sirio en la UE, teniendo en cuenta los criterios de vulnerabilidad de las Naciones Unidas”.
          La Unión Europea ha pagado, pero no ha cumplido, porque no ha obligado a cumplir a sus estados miembros. Es más, alguno, por dinero, nos ha proporcionado noticias  como Un pueblo suizo paga 260.000 euros para no acoger a diez refugiados”. Es el titular. Así, sin anestesia. Y ya está. Echan mano a la chequera y problema resuelto. En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, puede comprarse y venderse todo. El llanto, el miedo, el dolor, la desesperación y hasta la vida misma. Todas las libras de carne que a punto estuvieron de costar la vida al judío Shylock del Mercader de Venecia.
          Hemos caído tan bajo que hasta hemos puesto precio al ser humano. Vivo o muerto. Hacinado en un campo de refugiados o ahogado en el Mediterráneo. Podemos aplaudirnos a rabiar por acoger a una docena de desgraciados, y llenar portadas porque hemos traído a un niño a curar sus heridas del cuerpo y del alma, y mirar hacia otro lado porque ya hemos pagado lo suficiente para que otros se hagan cargo del problema.
          Y poner vallas, levantar muros y fronteras para que no se cuele nadie que no encaje, que estropee nuestros pueblos y ciudades. O cerrar las rutas marítimas obligándoles a tomar otras más peligrosas. Si se ahogan, ya no habrá que pagar por ellos. Porque la humanidad, la solidaridad, la compasión, no entran en nuestra zona de confort.
           Crece la nausea dentro de mí mientras veo leo que este fin de semana se han ahogado 21 inmigrantes en el Egeo. Es el primer naufragio de 2018 en ese mar, mientras Europa libera tres mil millones de euros más, que vamos a por el tercer año.
           Seis de los cuerpos recuperados eran de niños. Y calculo cuánto dinero nos hemos ahorrado.

jueves, 15 de marzo de 2018

Desde Macondo. NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO

Escucho los pasos del hombre que camina detrás de mí y aprieto el paso. Es de noche, no hay nadie en la calle y, aunque ya avisto mi portal, se me hacen eternas las dos esquinas que me faltan para llegar a casa. He visto en la prensa las noticias de un par de agresiones por violencia de género, y he leído, en redes o medios convencionales, decenas de opiniones acerca de los motivos, más o menos claros, más o menos oscuros, de lo sucedido el 8 de marzo.
          No tengo constancia de que ninguna empresa se haya vuelto loca y haya decidido subir de golpe un 30 por ciento las nóminas de sus trabajadoras para equipararlas a las de sus compañeros varones; tampoco ha salido en la tele ningún nombramiento destacado de consejeras delegadas o directivas de grandes compañías. O de una obispa, o una cardenala. O de cargos institucionales, más allá del ministro de Economía, que también es hombre. Faltaría más, que eso de los dineros es muy serio para dejarlo en cualquier mano.
          Las “kelly” siguen cobrando lo mismo, y en el silencio de las cuatro paredes de su casa, miles de mujeres cuidan, como siempre, a los abuelos, a los hijos, a los dependientes… Las “afortunadas”, hacen todo eso antes de acudir a su puesto de trabajo (a la vuelta), y las que no tienen esa suerte, la de tener un empleo, se resignan a ser eso, las que no trabajan, aunque lo que hacen cada día haría empalidecer al más afanoso de los hombres.
          Ha pasado una semana desde que todo cambió, y parece que no ha cambiado nada. Cierto que una gran manifestación, un día nuestro y para nosotras, no puede cambiar lo establecido desde el Génesis a nuestros días. Que cuesta mucho conseguir muy poco, y que, después de las buenas intenciones y de las pomposas declaraciones, las cosas se toman con calma.
          Pero el 8 de marzo de 2018 no puede quedar como un sueño. No hemos descorchado la botella para que, tras la primera explosión de burbujas, el líquido que queda se remanse y se estanque. O se pudra, que es peor. Sea cual sea el resultado, hay que seguir en la lucha, sin confiar en nadie, que la cabra tira al monte, y el monte de las grandes empresas, de los Mercados, de los Gobiernos, está dominado por hombres.
          He recordado, haciendo balance de la semana, el título de la novela de Terenci Moix, “No digas que fue un sueño”, reivindicando la figura de Cleopatra, no la superficial, la preocupada por su nariz y por su belleza, la típica devoradora de hombres, sino la mujer cultivada, enamorada a veces  y, sobre todo, entregada por completo a la política, al sueño de reinar en Roma. De ser igual. Hasta el final de sus días, aunque las cosas no salieran como ella pensaba.
          Hemos empezado una carrera de fondo. No es la única, pero debe ser la definitiva. Y para que sea la última, tenemos que estar bien despiertas. Esto no puede ser un sueño.

martes, 13 de marzo de 2018

Desde Macondo. CARTAS PARA EL CORONEL

La carta de la ministra Báñez, comunicando a los pensionistas la fastuosa subida de unos céntimos, con suerte un par de euros, en su retribución mensual, tiene mucho que ver con la indignación que ha sublevado al colectivo y que ha sacudido nuestras dormidas conciencias. La de todos nosotros, los pensionistas de mañana.
          Y me ha traído a la memoria a uno de mis “héroes” favoritos. Al Coronel de García Márquez, el que no tenía quien le escribiera. Siempre me ha conmovido este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de Gabo), que se lee de un tirón y deja la sensación agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca. Nada para el coronel. No tiene quien le escriba.
          Aún tengo en la retina, y en el alma, las imágenes de la primera parte de la crisis, con jubilados rebuscando en contenedores, con pensionistas manteniendo a sus hijos, con ancianos helados, ancianos helados-con los huesos húmedos como el coronel-porque no pueden poner la calefacción, o ardiendo por calentarse con un brasero y alumbrarse con velas, de preferentistas estafados y sin posibilidad de una vejez tranquila. Y también de jóvenes y menos jóvenes que nunca tendrán pensiones.
          Esperando, como el coronel, una carta que nunca llegaba y que, cuando lo ha hecho, con clarines y trompetas de fin de la crisis y sólida recuperación, ha sido una burla cruel. El 0,25%. Se supone que ahora ya hay maíz para alimentar al gallo, que hemos salido de la ruina y que los buenos, buenísimos datos de crecimiento, envidia de Europa y del mundo, posibilitan llegar al final de la vida con dignidad y hasta con alguna alegría.
          Pero no pone eso en la carta. Los pensionistas no tienen quien les escriba una misiva de esperanza, y han dicho basta. Ellos, al contrario del protagonista del libro, no quieren seguir escuchando al cartero, un día tras otro, año tras año, eso de “nada para el coronel”. No están dispuestos a seguir viendo, impotentes, como rompen la hucha de las pensiones, como meten la mano en ella para sacar impunemente su vejez tranquila. Y la de sus hijos. Y la de sus nietos.
          Se han cansado de salir a la calle todos los días, como el coronel, buscando las buenas noticias. Las de verdad, no las maniobras de distracción con que nos obsequian nuestros dirigentes, antes de constatar con tristeza que nunca tendrá esa pensión por su larga vida de servicio a la patria, que “nosotros ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”. La solución no vendrá del cielo. Ni dejando pasar los años y las legislaturas. El presente es importante, pero el futuro, también, porque allí estaremos todos.
          Los pensionistas han sobrevivido a los años más duros de la crisis, como la esposa del coronel, vendiendo las alianzas y el reloj, o poniendo a hervir piedras para que los vecinos no notaran que en su casa no se ponía la olla desde hacía demasiado tiempo, y constatando con resignación que “es la misma historia de siempre, nosotros ponemos el hambre para que coman ellos”.
          El sábado es la gran movilización. La que debe servir para mover algo, para cambiar todo, que ya se ha pasado el tiempo de esperar milagros que, como la carta del coronel, nunca llegan.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Desde Macondo. DE LA CUNA A LA TUMBA (Mil razones para la huelga)

Vale que esto no es la India, o China, donde por razones de la política de hijo único o por evitar una futura costosa dote, es una tragedia que venga una niña al mundo. Vale que nos suenen a tebeo las imágenes de Hug el Troglodita eligiendo mujer a golpe de cachiporra y que ya no haya que meterse en un convento si no encuentras marido y que tenemos la enorme suerte de haber nacido en una parte del mundo en la que no hay que salir a la calle cubierta de los pies a la cabeza (acompañada de varón, por supuesto) y que no tenemos que aprender sí o sí, a bordar, cocinar y doctorarnos en limpieza de hogar y demás tareas domésticas.
          Que sí. Que hay mujeres ingenieras, y magistradas, y científicas y banqueras de postín, y hasta con títulos nobiliarios disputados al primogénito varón a la luz de la Constitución y las leyes más o menos progresistas. Y que las universidades están llenas de mujeres, y los hospitales, de doctoras, cirujanas y no sólo enfermeras.
          ¿Y qué? No me sirve eso de que hemos conseguido mucho, que hemos alcanzado logros impensables hace tan sólo un siglo. Puede que sea para estar contentas, pero nunca para estar satisfechas. Menos si pensamos cuanto sudor y sangre ha costado conseguir lo que al otro sexo le ha venido dado simplemente por eso, por razón de sexo.
          De la cuna a la tumba, las mujeres tenemos mil razones para ir a la huelga. Y los hombres de bien, también. No creo que haya ninguna de nosotras, incluidas las que abominan del feminismo, las que han firmado un manifiesto en el que detallan los horrores de la vida de la mujer en otros puntos del planeta para subrayar lo bien que estamos nosotras, que no haya sentido, en uno u otro momento de su vida, que las cosas hubieran sido distintas de haber nacido varón.
          Igual no las habrían molestado en el metro o en el autobús, ni alguien se hubiera arrimado de más o le hubieran espetado “fea”, de ser poco agraciada; o no le hubieran preguntado si tenía hijos o pensaba quedarse embarazada a la hora de buscar trabajo, como no se lo preguntan a los hombres. Y con un poco de suerte, hasta cobrarían un 20 ó un 30 por ciento más por realizar igual trabajo.
          Muchas, objetivamente, no nos podemos quejar. Pero siempre en comparación de cómo están otras. Por el contrario, tenemos todas las quejas del mundo si nos comparamos con los hombres. En todas las etapa y en todos los aspectos de la vida.
          Siempre he pensado que el XX era el siglo de las mujeres. El de la revolución incruenta más exitosa de todas,  donde cada generación conquistó más derechos y libertades que la anterior, tanto en el ámbito público como en el privado. Parecía que no había vuelta atrás. Que cada centímetro avanzado nos acercaba más a la meta de la igualdad real y que nadie podría quitarnos, nunca, nunca, lo que tanto nos había costado conseguir. Pero todo es susceptible de empeorar. Y en todos los sentidos.
          Y ya estamos en el XXI, el que tiene que ser el siglo definitivo porque, hoy por hoy, sigue habiendo muchas, muchísimas razones para participar y apoyar una huelga de mujeres. Decía en el título que desde la cuna a la tumba porque, por cierto, no hay ninguna mujer en el Panteón de Hombres Ilustres.
           A mí se me ocurren un montón que lo merecerían.