Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 28 de febrero de 2018

Desde Macondo. 'MUERA LA LIBERTAD, VIVAN LAS CADENAS!

Si no fuera porque hasta el New York Times se ha mostrado preocupado por lo que está pasando en España con la libertad de expresión, tendría que preguntarme seriamente en qué año vivo. En qué época y bajo qué régimen. Igual me llevaba una sorpresa, y, aguzando el oído, podría escuchar eso de “Muera la libertad y vivan las cadenas”.
          Que aunque parezca mentira, y para vergüenza patria, fue el lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, en la vuelta del destierro del Rey Fernando VII, de infausta memoria, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, y fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella. Hemos vivido, ahora, muy lejos de aquella etapa que acabó con la oportunidad de acercarnos al mundo ilustrado, 24 horas negras para la libertad de expresión en España. Valtonyc, 'Fariña' y ARCO permanecerán unidos en la memoria como tres episodios surrealistas pero tristemente reales. Como el “Vivan las Cadenas”.
          Un rapero, un libro y una obra de arte¸ dos sentencias judiciales y una autocensura. ponen de relieve las horas bajas que vive la libertad de expresión y de creación. Si les sumamos las docenas de denuncias por supuestas ofensas a los sentimientos religiosos (en un estado laico, por cierto), por las retorcidas interpretaciones de los supuestos enaltecimientos del terrorismo o faltas de respeto a la Corona, tenemos el escenario perfecto para representar la obra con un guion perfecto: la llamada Ley Mordaza, que tanto y tan bien está sirviendo a los más rancios y casposos intereses.
          Dicho todo con prudencia y con infinito cuidado, claro está, que lo peor de la historia no son las sentencias judiciales, ni tan siquiera la cárcel a la que puede ser enviado el rapero y alguno más. Lo peor es lo que viene a continuación, la autocensura. Escribir con cuidado, revisar lo escrito, por si alguien puede entrever que hago mofa y burla de sus creencias religiosas, políticas o de cualquier otro tipo. Cortarnos las alas de la expresión y la creación. Ponernos nosotros mismos las cadenas para que no se nos vaya la mano al escribir, al hablar, al cantar, al pensar...
          Probablemente, casi con seguridad, yo nunca pintaría un cuadro de la Inmaculada con cara de ministra, por ejemplo, ni manipularía una imagen religiosa (de ninguna religión), para darle un aire grotesco, ni “rapearía” con el rey o cualquiera de su familia. Pero no me gustaría no poder hacerlo si me apetece, por la razón que sea. Porque respeto, y quiero que me respeten, la libertad de expresión. No sé si fue Voltaire, o se le atribuye, quien dijo eso de "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo". Pues está todo dicho.
          Con el Vivan las Cadenas se acababa con la Pepa, la Constitución de 1812 que consagraba un régimen de libertades. Doscientos años después, se intenta acabar con el artículo XX de la Constitución actual, el que dice que se reconoce el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
          Y que el  ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.

domingo, 25 de febrero de 2018

Desde Macondo. ONEIRATAXIA

Una se pasa la vida buscando palabras frescas, para compartir, para regalar, para aprender, para ampliar el breve y rancio vocabulario, el puñado de términos que repetimos hasta el aburrimiento. A veces, las encuentras y otras, te encuentran ellas a ti. Se instalan en tu cerebro, en la punta de la lengua, pugnando por salir, bien porque lleve mucho tiempo encerrada, sin que nadie se apiade de ella, o bien porque haya pasado a la categoría de palabras moribundas. En desuso, desterradas del diccionario.
          Y así me he encontrado (o ella ha dado conmigo) con “Oneirataxia”, que por mis escasos conocimientos de griego, por etimología, porque la RAE ya la ha descatalogado, significa algo así  como Incapacidad de distinguir entre realidad o fantasía. Así de sencillo. Tan clarito, que sigo sin explicarme cómo no está, a diario, en una docena de titulares, en todos los informativos, en la mesa de casa a la hora de la comida o en las charlas de los bares.
           Vale que no es fácil de decir, pero cosas mucho más complicadas hemos incorporado a nuestras conversaciones, y con mejor o peor pronunciación, las usamos cada vez que abrimos la boca. Pero por Dios, si ahora que la palabreja me ha poseído, no puedo ver a un gobernante especialmente del club Rajoy), hablando de lo que sea, que no me venga a la mente.
          Cada vez que hablan de recuperación, de crecimiento superlativo, de empleo de calidad, de España como modelo entre los modelos en cualquier tema, de pensiones garantizadas, de salarios que se incrementan o se mantienen, de corruptos que sólo son manzanas podridas en un cesto lleno de fruta sana, se me llena la boca de “oneirataxias”. Que no, que igual ellos, que no lo sufren, no puedan distinguir entre ficción y realidad. Que a fuerza de perfeccionar la mentira, de dorar la píldora para hacérnosla tragar, me da que han perdido la cordura, porque lo dicen con un convencimiento…
          “Somos la envidia de Europa”, “A pesar de la crisis, las pensiones no han perdido su poder adquisitivo”, “Estamos creando más empleo y de mejor calidad del que había antes de 2008”, "La recuperación es un hecho incuestionable”… Oneirataxia, oneirataxia y oneirataxia.
          Se han creado un país imaginario, y quieren que seamos sus amigos. No recuerdo haber tenido ni de niña un amigo imaginario. Igual es que no me hizo falta, en una familia numerosa y en un pueblo en el que la vida se hacía en la calle, y la calle estaba llena de niños que, como sabéis, aunque tengan sus fantasías, siempre dicen la verdad.
          La infancia de Rajoy y de sus chicos/as no debió ser como la mía. Sigue teniendo un país imaginario…Y no sólo lo tiene, sino que allí sólo entra quien él quiere, y a quien no cree sus fantasías, lo echa con cajas destempladas.
          Y aquí, en el mundo real seguimos, buscando palabras frescas, aunque estén descatalogadas.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Desde Macondo. LA EPIDEMIA REINANTE

Coincidiendo con el centenario de la mal llamada Gripe Española de 1918, que ocasionó millones de muertos en todo el mundo, he leído por alguna parte el interés informativo que suscitó, y que eclipsaba, en algunos momentos, las noticias de la Gran Guerra, en la que nuestro país no participó. Al parecer, los periódicos de la época dedicaban sus primeras páginas a las esquelas, y, como en el caso de La Vanguardia, tenían una sección fija denominada “La epidemia reinante”.
          Ahora casi no quedan periódicos en papel, y no es lo mismo ver en digital los “cintillos” de cada apartado, más allá de Nacional, Internacional, Economía… Justo cuando necesitaríamos, para leerlo o para saltárnoslo directamente, un llamativo encabezamiento que nos permitiera agrupar, sin perdernos, las corrupciones nuestras de cada día. Nuestra epidemia reinante.
          No sé en qué momento hemos asumido como normales los episodios nacionales de corrupciones varias; cuándo hemos decidido, consciente o inconscientemente, acompañar el pan, la mantequilla y el periódico del desayuno diario  por un sapo, de esos gordos, viscosos, con verrugas y ojos saltones a los que hemos aceptado como animales de compañía. Así, sin más, venciendo la nausea y tragándonos la bilis.
          Por eso debería haber una sección fija en todos los periódicos, del formato que sean, en los informativos de radio o de televisión y hasta en las redes sociales. Para que cada cual decida con qué desayuna, si pone en su mesa dulces y café, o si opta por desayuno salado, batidos detox o las siempre saludables frutas.
          Como la Gurtel, la Púnica, los ERE, Lezo, Fórmula 1, los Pujol, el caso Rato, las sociedades off-shore, amnistías fiscales, los millones en Suiza, las mil y una formas de defraudar a Hacienda o los paraísos fiscales pululan a su antojo por los canales informativos, no hay forma de eludirlos. Los sapos tienen nombre de banqueros, de Bigotes (ahora afeitados) de empresarios de pro, de Correas arrepentidos, de “yonquis del dinero”, de Bárcenas nadando y guardando la ropa, de nobles, de ministros y presidentes, de partidos enteros, de actrices y actores, de miembros de la realeza y alrededores,  y hasta de premios Nobel.
          Y corremos el riesgo de incorporarlos, sin más al discurrir de nuestras vidas. A que en un momento dado, las noticias de la “epidemia reinante” ya ni nos asusten ni nos escandalicen.
          A que sean rutina. Como levantarse y acostarse. Porque es lo que toca en nuestra época. Son nuestros episodios nacionales, y  hasta somos capaces de bromear con ello. A ver quien toca hoy; soy la única tonta que no se ha llevado nada, .qué sapo nos espera para desayunar…
          Dentro de un siglo, alguien debería poder escribir algo así como “la corrupción era tal, que hasta tenía sección fija en los periódicos”. La epidemia reinante.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Desde Macondo. ¡AHORRAD, AHORRAD, MALDITOS!

Todos a comprar el cerdito. Yo ya lo tengo. De barro. De los de toda la vida. Me rondaba en la cabeza el adquirirlo cuando Celia Villalobos contó la estupidez esa de que había que guardar dos euros al mes, desde muy jovencitos,  para asegurarse una vejez sin sobresaltos. Pero ahora ha sido Rajoy quien lo ha corroborado. Palabras mayores. Hay que ahorrar para “complementar” la pensión de jubilación, y también para poder dar estudios a los hijos. Como se decía antes, que este hombre, muy moderno no es.
          Y por si fuera poco, las aseguradoras se han subido al carro aconsejando que vendamos las viviendas y acudamos a ellas (las grandes empresas de seguros) para disfrutar de un mañana sin estrecheces. La fórmula, muy fácil.  Se desprende una de su techo, pone a la venta lo que quizá es lo único cierto que tiene, y  la aseguradora prorratea el valor de la casa en función de la esperanza de vida de la persona y te va pagando la cantidad mes a mes, para complementar la pensión. Si el dinero se acaba antes, mala suerte. Si te mueres antes, gana la Banca.
          El cerdito me mira con cara de tonto desde la estantería, supongo que porque no sabe lo que pinta ahí, y también porque no entiende que en los días que habita en mi casa sólo me haya acercado a él para quitarle el polvo, y no para “darle de comer”. Ni los dos euros de la Villalobos.
          Sería para reírse si no fuera indignante, insultante y humillante. En cualquiera de sus formas y de los “consejeros” que poco menos nos culpan a nosotros de estar preparándonos un futuro más negro que los pies de Cristo. Nos piden ahorro cuando la mayoría no llegamos a fin de mes. Ni a mediados, en muchos casos. O que nos desprendamos de lo único sólido de nuestras vidas, la casa, adquirida a menudo con muchos sufrimientos, y a un coste probablemente mayor del que tiene ahora.
          Y lo dicen quienes ven con buenos ojos, que para eso han puesto los medios, que los sueldos se rebajen hasta lo humillante, que, además de las insoportables cifras de parados, haya centenares de miles de trabajadores pobres que cobrarán, si llegan, una pensión miserable, acorde a lo que han cotizado gracias a reformas laborales, trabajos a tiempo parcial, contratos de un ratito y demás.
          Lo dicen quienes, además de contar con pensiones vitalicias, tienen unos sueldos que permitirían pagar dos docenas de pensiones de las que se estilan por aquí, de las que no permiten ninguna alegría, después de cuarenta años trabajando.
          No puedo poner aquí (que hay Ley mordaza), el calificativo que merecen quienes, haciendo lo que hacen y viviendo como viven, no tienen ningún escrúpulo en intranquilizarnos, poniendo sobre la mesa, un día sí y otro también, el negro futuro que nos espera. Por nuestra culpa. Porque no ahorramos. Porque no nos vamos a vivir debajo de un puente. Porque somos despreocupados, inconscientes, derrochadores.
          Porque tenemos el cerdito de adorno.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Desde Macondo. EL REY DESNUDO

Son innumerables los ejemplos de que la estupidez humana no tiene límite. Ni el orgullo. Ni la prepotencia. Hay testimonios escritos desde que se tiene memoria. En todo tiempo y lugar. De Nerón o Calígula, con sus excentricidades para ser lo más de lo más, a emperadores y reyezuelos de cualquier época y país. Si hasta en mi querido Macondo, el general Buendía, cuando regresó con mando en plaza, hizo trazar un círculo de tiza de tres metros a su alrededor para marcar diferencias…

Y hay cuentos. El Rey Desnudo, o el Traje Nuevo del Emperador, según las traducciones. Un clásico de Hans Christian Andersen que no se me quita de la cabeza cada vez que veo a Puigdemont pavoneándose con su lazo o su bufanda amarilla y rodeado de un sinfín de aduladores que le repiten constantemente que está guapísimo, que el traje le sienta perfectamente, que le queda como un guante, que realza su figura, que brilla con luz propia.

Pues yo lo veo desnudo. Qué le vamos a hacer. A mis años, me siento como el niño del cuento que, en su inocencia desvela la verdad que el resto de la gente, hipócrita y complaciente, no se atrevía a decir: “¡Pero si va desnudo”!

Mientras se habla de presidencia paralela, en el exilio, co-presidencia o presidencia de consolación, que será montarle una fiestecita para que no se quede consentido, no se me quita de la cabeza el emperador mirándose al espejo, viendo en primer plano sus vergüenzas, mientras que la Corte opina de la calidad del tejido, de los finos hilos de oro que lo componen, del perfecto diseño…

Cada vez estoy más convencida de que el expresident, en su huida hacia adelante, ha decidido no mirar al espejo para no constatar que está desnudo, y sigue intentando convencernos de que va vestido con las mejores galas. Pero está desnudo. Más tarde o más temprano tendrá que haber alguien que se lo diga, aunque ya está tardando mucho.

El cuento está durando demasiado, y no podemos esperar eternamente, porque mientras reina la sinrazón, sigue el desempleo, y la desigualdad, y la pobreza, y tiembla la hucha de las pensiones, y bajan los sueldos, y sube la luz, y… Ni las más fastuosas sedas, ni los finos bordados con hilos de oro, ni las piedras preciosas del manto pueden ocultar las corrupciones varias, los amigos enriquecidos y la sociedad empobrecida, los hachazos sin piedad al estado del bienestar, los miles de trabajadores pobres, a los que trabajan un par de horas a la semana por un sueldo miserable.

Por muy bien que venga, el traje nuevo del emperador no puede tapar eternamente las vergüenzas. Ni las suyas ni las otras. El Rey va desnudo. Y ya es momento de dejar la farsa, de salir del cuento, colorín colorado, que se ha acabado y hay mucho por hacer.

domingo, 4 de febrero de 2018

Desde Macondo. EL MAR DE SOROLLA

Esta vez han sido 20. Nada más. Nada que ver con esas cifras de cientos, o miles, con las que periódicamente nos sobresaltamos por un ratito. Claro, que la noticia ha impactado, ha corrido como la pólvora, porque el “descubrimiento” de dos decenas de cadáveres flotando en el mar, se ha hecho desde un buque de pasajeros en las proximidades de Melilla. El “Sorolla”. Triste coincidencia de la muerte con las escenas placenteras del Mediterráneo hermoso y plácido que tanto y tan bien retrató el artista valenciano.
          Sorolla no es hoy sinónimo de playas doradas, ni de escenas marineras, de niños jugando en la arena, rubios y blancos, ni de impecables damas vestidas de blanco. Ya no es blanco. Es negro, como la muerte. Como el color de la piel de los muertos que se echaron al mar pensando, tal vez, que seguía amable y luminoso. Como en los cuadros.
          Que seguía siendo el mar de todos. El Mare Nostrum. Que el cuento no había cambiado. A lo largo de la historia del Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, personas de todas las épocas, de todas las razas, colores y creencias han surcado sus aguas buscando horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. El mar ha servido para ensanchar el mundo, para compartir culturas y proyectos de vida. Puente entre Europa, Asia y África. Canal de comunicación con el inmenso océano Atlántico, con el mar Rojo, con el Negro. Una enorme masa de agua que permitió el desarrollo de Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana. Hasta la democracia nació en sus orillas…
          Y ahora estremece saber que se ha convertido en una barrera casi infranqueable, en un inmenso cementerio, que en sus fondos, se pudren miles de cuerpos de los que buscaron en el mar el camino hacia la vida. Las aguas del Mare Nóstrum se han tragado decenas de miles de muertos en los últimos años. Todos ellos buscaban, como se ha hecho a lo largo de los siglos, una nueva ruta. La de la vida.
          No sé en qué momento hemos decidido que el Mediterráneo nos pertenece sólo a nosotros, que es nuestro mar y nadie más-salvo que sea en cruceros y previo pago, como en el “Sorolla”, tiene derecho a transitar por las vías que abrieron todas las civilizaciones del mundo y que desde el llamado primer mundo nos hemos encargado de blindar.
          Miramos de reojo las imágenes de televisión, nos compadecemos unos momentos con las caritas de frío de los niños rescatados, o nos escandalizamos con las largas hileras de ataúdes en la orilla. Si tenemos tiempo,  hasta decimos eso de ¡pobres gentes!,  y dedicamos un rato a comentar los sueños rotos de decenas de familias. Y pasamos página.
          Creo que no podré bañarme nunca en las cálidas aguas de cualquier playa mediterránea sin que me ahogue el sentimiento de culpa, sin que la imagen de sus orillas cubierta de cuerpos pulcramente tapados con sábanas, me haga salir como un rayo de esas aguas que no me pertenecen. De ese mar que es menos nuestro que nunca, porque en el fondo están todos aquellos con los que no quisimos compartirlo. Nunca podré hacer un crucero de placer sin mirar inquieta al horizonte, buscando pateras o cuerpos inertes.
          Nunca podré admirar con los mismos ojos un cuadro de Sorolla.