No hemos salido de la guerra de las
banderas, mejor dicho, estamos en pleno fragor de la batalla, y ahora entramos
en la de las camisetas. Y para no acabar cazando moscas, me agarro a lo que
canta Jorge Drexler: “Vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste”.
Perdonen que no me aliste, bajo ninguna bandera. Y que no pierda ni un segundo
discutiendo si la camiseta de la Selección de Fútbol debiera llevar las franjas
de tal o cual color, o paralelas, como los marineritos o en diagonal.
Con la que está
cayendo y estamos en estas estupideces, Va a ser verdad eso de que siempre se
recuerda algún detalle absurdo de las situaciones más trágicas. La risa de un
niño que pasa por la calle en un entierro, un zapato en la cuneta tras un
accidente, un cuadro torcido en la pared cuando aguardas nerviosa en la sala de
espera de un médico…
Pero esto ya es
el colmo. Semanas y semanas tragándonos horas y horas de imágenes de banderas con
o sin estrellas. Catalanas de todos o de los independentistas. De banderas
españolas con aguilucho o sin él. En las calles, los balcones, las estaciones
de tren, los aeropuertos y hasta en Bruselas. A 5 euros o a 11, según se
compren en las tiendas de chinos (que están haciendo el agosto), o en las
salidas del metro, que para todo hay que seguir estrategias. En la espalda a
modo de capa, en la cintura, con mástil o sin él. Pequeñitas, para que las
lleven los niños a hombros de sus padres, que la edad no es obstáculo para
entrar en faena, o enormes, que hay que fanfarronear con eso de quien la tiene
más grande.
Y nadie se
plantea que, del color o del tamaño que sea, no es más que un trozo de tela
triste con el que suplir las palabras, con el que tapar el fracaso, la falta de
diálogo y de entendimiento. Con el que marcar diferencias por la incapacidad
manifiesta de buscar coincidencias.
Pero como nos va
la marcha, tenemos que ir más allá y buscar otro punto de confrontación.
También de tela, curiosamente. Ahora son las camisetas de la selección de
fútbol, de las que hemos hecho cuestión de Estado por un quítame allá esos
colores. Resulta que la dichosa prenda tiene en un lateral unas franjas de
colores que apuntan sospechosamente a la bandera republicana, a la tricolor.
Para qué queremos
más. La furia española se ha desatado y ya veremos si vamos al Mundial. Drama
nacional. No vale de nada que la marca deportiva que las ha realizado se esté
desgañitando para explicar que el color no es morado, que es un tono de azul
que se parece un tanto, pero que en la foto, que es lo único que hemos visto
hasta ahora, puede confundirse. Y que el diseño de la dichosa camiseta es un
homenaje a la que vistió la selección española en el mundial de 1994. Cuando nadie
se planteó ni por asomo asociarla a la República.
Ya la han
bautizado como la camiseta republicana, y no creo equivocarme mucho si al final
no la cambian para atajar de raíz la polémica, sobre la que ya se han
pronunciado jugadores, directivos, aficionados, público en general…. Y
políticos. Que ya es el colmo, entrar a valorar semejante despropósito.
Lo dicho, que me
abochorna ver un país discutiendo por un trozo de tela triste. Vale más hacerlo
por cualquier quimera. Y perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera. Ni
ninguna camiseta.
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