Ya
no me da el body para tanta fiesta. Resignada estaba a asistir una
vez más al despliegue de calabazas huegas, zombies, esqueletos,
frediskruger, vampiros y demás fuerzas del mal, como cualquier
Halloween que se precie, y hete aquí que recibo la misiva de los
obispos invitándome a celebrar "Holywins", así, en
inglés, que para algunas cosas nuestros purpurados son muy
internacionales.
El
pionero, al parecer, fue el Obispado de Alcalá, pero ahora han sido
los obispos
de
Cádiz
y
Ceuta los
que han
editado
un
manual
con
el que pretenden que colegios, asociaciones, parroquias y catequesis
infantiles destierren de una vez la
fiesta de Halloween y
den sentido religioso al día de Todos los Santos. Las instrucciones
incluyen disfraces
de apóstoles, papas y santos, juegos con globos, canciones
religiosas y momentos de meditación. El manual es muy preciso y recoge instrucciones muy claras para celebrar como es debido la
fiesta de
"Holywins",
que dicho sea de paso significa algo así como "los santos
ganan". .
Nada de zombis ni de vampiros. Los disfraces
que deben triunfar son
de apóstoles, vírgenes, santos y beatos famosos. Hay también
propuestas de juegos. Nada de
truco o trato o pasacalles
del terror. Lo que se recomienda son juegos con
globos o la representación de canciones como 'Cuando un cristiano
baila'.
En
fin, nunca he celebrado Halloween ni creo que tampoco vaya a hacerlo
con Holywins,
que soy partidaria de que cada cual se divierta como quiera. Y
eso sí, que no falten buñuelos, ni castañas ni cualquier cosa que
nos endulce la dura existencia.
Pero
no se puede ir contra los tiempos, por mucho que a veces sean malos
consejeros. No se puede decir a un niño que cambie el disfraz del
monstruito de moda por el de San José, tan serio y aburrido. Y eso
que los obispos, que están en todo, ofrecen una amplia variedad de
propuestas para disfrazarse. Sólo
hay que entrar en
la
web del Holywins
de Alcalá para
enterarse de que con una
armadura,
un
escudo
y una
espada,
el
tierno infante puede
ser San Jorge. Y
si
le añades alas, San Miguel Arcángel. Una tela
marrón con capucha y
una cuerda blanca en
la cintura
vale para cualquier santo franciscano. Puestos
a economizar, el
vestido
de princesa de
Carnaval sirve para cualquier princesa santa: Olga, Clotilde,
Margarita de Escocia... Hay más. Con
camisa
a rayas y triángulo rojo invertido con una "P",
un sacerdote mártir en un campo nazi.
Y
si el niño es menos místico y a pesar de todo apuesta por lo
"gore", y se emperra con eso del terror, con
un
disfraz
con una cabeza cortada en una bandeja,
puede ir de San Juan Bautista Decapitado.
Me
asombra el celo que pone la Iglesia en estas cosas. Ojalá lo pusiera
en otras.
Por
mi parte, ni una cosa ni la otra, ni Halloween ni Holywins. Ni alas
de murciélago ni
de ángel, ni
brujas
ni
monjas; ni telarañas
ni
nubes celestiales.
Me
quedo en Macondo con su cura levitando cuando toma chocolate, con
José Arcadio Buendía, muerto y amarrado a un castaño en el patio,
y charlando de vez en cuando con Úrsula, con
sus 17 Aurelianos marcados con una cruz en la frente.
Con Macondo y sus muertos de andar por casa, que van y vienen
cuando, como el
gitano Melquiades,
no soportan
la soledad de la muerte.
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