No tiene traducción exacta al castellano. No hay, en nuestra
riquísima lengua, ningún término que defina en una sola entrada, lo que tanto
nos cuesta expresar con palabras. Quizá sea una forma de autodefensa, o tal
vez, alguien quisiera evitarnos el horror, excluyendo del diccionario algo tan
claro y rotundo.
Amoklauf es algo así como “acto
de locura homicida”, es decir, sin vinculaciones terroristas y que sucede por
algún extraño mecanismo de una mente enferma, espoleada por factores externos,
reales o deformados en la imaginación de quien lo comete.
El atentado de
Munich, por ejemplo, ha sido calificado así por parte de los investigadores. Amoklauf. Un joven solitario,
obsesionado con las matanzas, tal vez traumatizado por episodios de acoso
escolar y con muchas horas de Internet y videojuegos. Como sucedió en Noruega
hace años, como sucede en Estados Unidos cada dos por tres, en universidades,
colegios, institutos o en plena calle. Y todo esto, aderezado con un fácil
acceso a las armas, que esa es otra.
Un coctel explosivo
y un resultado. Amoklauf. Tal vez sea, traducido a los tiempos que corren, lo
que antes en los pueblos, en casos de suicidio o de algún acto homicida, que
recuerdo vagamente de pequeña, se asociaba a la luna llena, al calor e incluso,
a la primavera. Pero entonces eran casos aislados y con materiales menos
sofisticados, una soga en una higuera, un cuchillo o el recurso de arrojarse al
pozo.
Hoy lo
llamamos de otra forma, incluso sin traducción, y ampliamos el espectro, que se
trata de conseguir cuantas más víctimas mejor. En un centro comercial, en un
festival de música, durante un desfile, en una manifestación o en un
aeropuerto. Parece como si la locura estuviera hambrienta, como si necesitara
darse un atracón de víctimas para saciarse y nunca tuviera suficiente.
Ya no vale
eso de decir “qué le habrá pasado por la cabeza”, porque se nos escapa cómo
alguien, un joven que aún no ha tenido tiempo de vivir, puede pasar meses
planeando una matanza; cómo puede, paso a paso, buscar ubicaciones, acumular
bibliografía sobre otras matanzas, comprar las armas, pensar el mejor momento,
calcular cuántas muertes puede causar y hasta anticipar su propio fin.
No es cosa
de un momento. Ni siquiera está motivada por un hecho puntual o concreto. Es de
mucho tiempo. Es más que una depresión, que un cabreo por una pelea en el
instituto o en la familia, o por la falta de integración. Es…. ¿Qué sé yo? Tal
vez por eso no encontramos la palabra en el diccionario.
Y nos
agarremos a ese extraño término, a Amoklauf porque no lo
entendemos. Y no
queremos comprenderlo.