Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 26 de diciembre de 2013

Desde Macondo. CANCION DE NAVIDAD

En estos días de fiesta obligatoria, de alegría casi por decreto y de sensibilidades a flor de piel, por mandato o por costumbre, me pregunto cómo hubiera sido la Canción de Navidad de mi admirado Dickens si tuviera que escribirla ahora, doscientos años después. Y desde el humilde conocimiento que me proporciona el haber leído toda su obra puedo asegurar que el cuento hubiera sido bien distinto. De principio a fin, fantasmas incluidos.
       Se mantendría la estructura, y los personajes. Y el fondo de la Historia. Scrooge seguiría siendo el personaje malvado y sórdido, avaro e insensible. Tal vez ahora, en tiempo presente, tuviera una cuenta en Suiza, no pagara impuestos y hasta cobrara en sobres. Por supuesto, explotaría al pobre escribiente y le pagaría en B. Seguro que hasta pensaba que se merecía hacer sacrificios por ser pobre. Y hasta se permitiría despedirlo sin indemnización alguna, que para eso lo amparaba la ley.
       El Scrooge de nuestro siglo despediría con cajas destempladas al espíritu de las Navidades pasadas. Y se reiría del pobre enviado del más allá empeñado en enseñarle el presente, el frío, el hambre, la pobreza, la miseria, reunidos en torno al hogar familiar. Si acaso, sacaría pecho diciendo que, gracias a él, las familias se habían convertido en ONG, compartiendo los escasos recursos de que disponían.
      Lo que más claro tengo es que el cuento no terminaría igual. La Canción de Navidad no sonaría dulce y alegre en las últimas páginas. El espíritu de las navidades del futuro se iría con el rabo entre las piernas, sin conseguir ablandar el corazón de Scrooge. Igual hasta acababa sentenciado por la Ley Mordaza, por hablar de más y, sobre todo, por hacerlo a favor de los necesitados.
       Los nuevos protagonistas del cuento tienen claro que han ganado y que no hay escrúpulos que valgan. Que así es el mundo y así son las navidades. Que siempre ha habido ricos y pobres (ahora más), y el resto son ñoñerías. Que el pueblo está para hacer sacrificios y los ricos, para cobrarlos.
       Y que no les vengan con cuentos. No sé si Dickens, el gran novelista de lo social, hubiera tirado la toalla al saber que todas sus historias con final feliz deberían ser reescritas, que no se puede ablandar una piedra, que es imposible conectar las distintas capas sociales y que no hay tregua ni siquiera en Navidad.
 
 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Desde Macondo. UN E-MAIL POR NAVIDAD

Veo a los pajes de los Reyes Magos, a las puertas de los grandes almacenes o junto a los belenes municipales; y a infinidad de réplicas de Papa Noel, afanándose en recoger las cartas que los pequeños les entregan con ojos brillantes. Y diciendo el consabido ¿te has portado bien? No te preocupes, que no hemos cargado carbón para los niños buenos. Yo también escribía cartas. Y no recuerdo ni una sola vez en que lo que encontraba a los pies de la cama se pareciera, siquiera mínimamente, a las peticiones que había escrito en la misiva, con mi mejor letra y rotulador rojo, para que se viera bien.
       Cada año pensaba igual. La carta no ha llegado a tiempo; los arenales están muy lejos, y no digamos nada de Laponia. Se acabaron las cartas. He decidido mandar un e-mail. Es más rápido y es lo que pita. Y lo que es mejor, la eficacia está comprobada. Me he empapado estos días de los correos de Blesa y de la última tanda de los de Urdangarín. Un correíto de nada, y zas… Una cacería exótica, un coche de lujo, una empresa muy muy rentable y sin obligaciones para con Hacienda, una tarjeta de crédito con dinero B o una millonaria colección de arte. O una suculenta participación en un negocio de armas, que creo que esta industria da mucho dinero.
       Y nosotros mientras escribiendo cartitas pidiendo minucias. Un trabajo, poder pagar la luz o la hipoteca, lo mínimo para que los niños coman y vayan al cole con dignidad, que no baje la pensión…Total, para que luego te traigan un pijama o unos calcetines, que bienvenidos sean, pero no es lo mismo.
       Mandar un e-mail da prestancia. Pides, pero no pareces pobre. Hasta puede que te confundan con un rico y te coloquen en lugar preferente en la bandeja de entrada. Claro, que también te pueden etiquetar como spam, y estás perdido. Ni lo abrirán. En cualquier caso, la papelera de reciclaje tiene más glamour que el contenedor de papel, al que van a parar los sueños de los que aún creemos en cartas.
       Decidido, hoy mismo me hago con las direcciones. Destinatario: Melchor, con copias a Gaspar, Baltasar y Santa Claus. Asunto: Regalos. Y en el texto, pues eso, que no traigan carbón ni recortes, que no haya nadie sin pan ni techo. Ni sin medicinas o dinero para pagar estudios, ni con salarios de hambre. Ni sin ningún salario. Y poco más, porque si el correo pesa mucho, lo devuelven. Eso sí, lo mando con confirmación de llegada, para que luego no digan que se ha perdido en el ciberespacio.
       Aunque claro, siempre pueden decir que están muy ocupados con los correos de los que mandan, o que se ha bloqueado el ordenador por saturación de mensajes.
       O que en el remoto Macondo no hay buena cobertura…
 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Desde Macondo. FILÍPICAS

No va a ser esto una “censura o reprensión extensa y dura contra alguien”, como el diccionario define el término que titula el artículo. Ni es lo mío censurar ni que quedan fuerzas para abroncar (como se merecen muchos), a nadie. Viene esto a cuento porque a Macondo llegan puntualmente, como gotas malayas que van minando la paciencia y el entendimiento, las pomposas declaraciones de gobernantes varios, que hacen añorar los discursos, las filípicas, de Cicerón o Demóstenes.
          Y más que los vamos a extrañar, una vez certificada la muerte de la Filosofía( y la decadencia de la Historia y la Literatura), por obra y gracia del ínclito Wert. Ni en el remoto Macondo, entre los silencios del coronel Buendía y los trajines de Úrsula en la cocina, está una a salvo de escuchar que los mercados no son gilipollas, que dar competencias a la seguridad privada es fortalecer el mercado de trabajo, que Hacienda estaba llena de socialistas o que es emocionante pisar el estadio donde España se proclamó campeona del mundo en fútbol. Con Mandela de cuerpo presente, que ahí está el mérito de la frasecita. Dicha por un presidente. Más mérito.
           Ha hablado un presidente. O un ministro/a, da igual el nombre o la cartera (oído uno, oídos todos), o un consejero de Sanidad o un presidente (a) autonómico. Firmes o balbuceantes. En neolengua liberal o en castellano de siempre. Y hasta en catalán. Y sigo pensando en Demóstenes. Era capaz de elaborar discursos en el lenguaje más elegante y en la prosa más sencilla. Dicen los entendidos, que el secreto de su éxito era la coincidencia entre lo que pensaba y lo que decía, sus firmes convicciones sobre la libertad y la democracia.
          E hizo los mayores esfuerzos por transmitir sus ideas de la mejor forma posible. Estudiaba incansablemente, solía hablar con piedras en la boca y recitar versos mientras corría. Para fortalecer su voz, hablaba en la orilla del mar por encima del sonido de las olas. El mejor orador de la Historia, y que además, pensaba. Lo estudié en Filosofía, en el Instituto.
          Y todo cobra sentido. Si no se estudia filosofía, el amor por la sabiduría, el compendio de más de dos mil años de pensamiento, a la vuelta de unos años, nadie podrá comparar discursos. Nadie notará la mediocridad ni tendrá elementos de juicio para añorar tiempos e inteligencias mejores. Ahí está la explicación. El gobernante de turno, el Filipo que nos toque, se irá de rositas. Sin filípica que afee su conducta, sin frases bellas que afeen las simplezas con que nos obsequian a diario.
          Ya no habrá quien descifre, como en Macondo los pergaminos de Melquiades que contaban la historia de Cien Años de Soledad.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Desde Macondo. CARTAS AMARILLAS

Pensando pensando qué escribir sobre la Constitución, que cumple mañana 35 años, me he sorprendido tarareando las Cartas Amarillas que cantaba Nino Bravo. Y busqué entre tus cartas amarillas, y mis brazos vacíos se cerraban aferrándose a la nada intentando detener mi juventud…Qué cosas tiene la mente. Asusta porque va de por libre y te marca el camino y así, por su cuenta, pone un titular al artículo. Cartas Amarillas cuando quisieras poner Carta Magna, Ley de Leyes, Norma Fundamental, Pilar de la Democracia. En fin, no les quepa duda de que todas estas definiciones, y más, van a leer y escuchar en los mil y un actos que se celebrarán a lo largo y ancho de la geografía patria.
           Se hablará de vigencia, incluso de necesidad de reforma. De autonomías y de la Corona, de lealtades y deslealtades. Se cantará el himno nacional, se soltarán palomas blancas…Y hasta el año que viene, en que recibiremos otra carta amarilla.
          Por razones de oficio, durante un cuarto de siglo de vida laboral, y antes en la de estudiante, he mantenido un estrecho contacto con la Constitución. La he manoseado, desmenuzado, la he leído de principio a fin, los derechos, los deberes, las garantías, título a título, desde el prefacio al refrendo. Conozco, casi de memoria, cada término. Libertad, seguridad, protección a la infancia, a la juventud, a los mayores, garantías jurídicas, igualdad, no discriminación, derecho a la cultura, libre expresión…
           Y hoy por hoy, sólo pienso en una carta amarilla, gastada por el tiempo y el desuso. Una de esas cartas de un antiguo amor que prometía fidelidad eterna, pasión sin límites, entrega incondicional…y que se despidió a la francesa rompiéndote el corazón y el futuro. Guardas la carta para mortificarte, para imaginarte lo que podría haber sido y no fue. Para recordar tiempos felices, de esperanza, de seguridad. Esos tiempos en que pensabas que, bajo ese paraguas estabas a cubierto, por muy fuerte que fuera el chaparrón.
           Vuelves a hojear la Constitución para comprobar cómo se ha oscurecido, como amarillean sus páginas y cómo cuesta ya leer las palabras hermosas que te cautivaron en su juventud. Han escrito sobre ellas, las han reinventado, dejando un borrón donde antes había luz, donde competían sanamente los términos más hermosos del diccionario. Libertad, igualdad, paz, justicia social…
           Desde aquella maldita modificación, con agosticidad y alevosía para incluir el techo de déficit de  nuestros dolores, la Ley de Leyes es una simple carta amarilla en la que ya no puede leerse derecho al trabajo, a un salario suficiente, a vivienda, igual acceso a la educación, la sanidad o la justicia. A una vida digna. A una dosis mínima de alegría que palie tantas tristezas.
           Y mi mente, que vuelve por sus fueros, recuerda otra Constitución, el efímero texto redactado por las Cortes de Cádiz en 1812. Si yo tuviera que redactar un texto constitucional sólo escribiría un artículo, a modo de consejo a gobernantes:“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Artículo 13.
Esa carta nunca se pondría amarilla.
 

jueves, 28 de noviembre de 2013

Desde Macondo. INSTRUMENTOS DESAFINADOS

No sé quien tuvo la diabólica idea de llamar concertinas a las cuchillas que siegan como hoces las ansias de futuro de los inmigrantes subsaharianos. Tal vez alguien que quiso dejar claro que en este concierto de instrumentos desafinados en que se ha convertido nuestro día a día, la única música que nos es dado escuchar es el llanto y el lamento.
       Sea como sea, hay cierta maldad subyacente en el nombre. El concertino es, sin duda, el violín que mejor suena en una orquesta, el primero, el encargado de ejecutar los solos más brillantes. En femenino, se llama concertina a una especie de acordeón de forma hexagonal u octogonal. Algo así como el bandoneón que acompañaba a Gardel. En uno y otro caso, sea del género que sea, nada que ver con dolor, sangre y destrucción. Salvo que hayan cogido el término por los pelos y lo asocien a réquiem, que muertos también hemos tenido.
       Los directores de esta orquesta inhumana y cruel nos han cambiado la letra y la música. Y hasta los instrumentos. No hay en su partitura notas para la solidaridad, el respeto, la compasión, la melodía esperanzadora que te transporta a un mundo mejor o que, al menos te aleja temporalmente de éste. La batuta ha mutado en sable o en tijeras. Y todos los instrumentos están desafinados. Tocan en su propia clave, a su compás. Sin armonía que valga.
       No se puede asistir pasivamente a este concierto en el que todo suena mal. Y mucho menos aplaudir, decir eso de que las cuchillas (me niego a llamarlas concertinas), sólo causan lesiones leves, o enfrascarse en polémicas por quién las puso primero. Hay que acallarlas ya. Impedir que sigan sonando y mostrar el más absoluto desprecio por la batuta que las sigue dirigiendo. Igual hasta disfrutan con los gritos de dolor, como otros disfrutamos de una sinfonía de Beethoven o una ópera de Verdi.
       En el Mundo Feliz de Huxley, la música iba asociada a sentimientos placenteros, a evasión. Y también eso nos han quitado. Creo que nunca más disfrutaré de un concierto, de un solo de violín, o del fascinante sonido del bandoneón interpretando un tango sin escuchar de fondo los gritos desgarradores de quienes sienten en sus carnes el sonido de esos instrumentos diabólicos. Sin acordarme de los dedos amputados o los jirones de piel colgando de espaldas sangrantes...
       Y siempre será un concierto de instrumentos desafinados.
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Desde Macondo. POBRES ENERGÉTICOS

La crisis nos está obligando a escribir a toda prisa un nuevo diccionario. Cada día nos despertamos con un nuevo término que, a poco de nacer, se hace habitual y se incorpora a nuestro vocabulario cotidiano, como si siempre hubiera estado ahí. Ahora que llega el frío, que los tejados amanecen blancos, la escarcha es la reina de las madrugadas y el hielo dueño y señor de las noches, en los periódicos, en las tertulias y en los sesudos análisis desde platós calentitos, revolotea una de estas nuevas adquisiciones: La pobreza energética.
      Y una piensa que es casi una redundancia. El diccionario de siempre, el de la RAE, dice que pobreza es la cualidad de pobre. Y pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Sin matizar si es vivir sin comer, sin medicinas o congelado. Pobres y ya está. Sin apellidos.
      
       Nos advierten sobre la pobreza energética. Cáritas y Cruz Roja hablan de millones de españoles que no pueden calentar sus casas, de aumento de enfermedades y de mortalidad a causa del frío. De ancianos y de niños como víctimas de esta nueva pobreza. De mantas y velas y de braseros de picón, con el consiguiente peligro de intoxicaciones por humo.
       Es el momento del escalofrío, porque yo ya he visto esto. Nunca he tenido sabañones, pero he visto manos y pies, y orejas, cuarteadas y moradas por el frío. He dormido aplastada por el peso de un montón de mantas y he conocido, que no usado, los famosos calentadores de cama. Y la lumbre, que no tenía nada de mágica o de romántica cuando te retirabas medio metro de ella.
       No había otra cosa entonces. Tampoco medios, seguramente. Pero en las casas de pueblo, y hasta la llegada de las estufas de butano, no se conocía otra forma de calentarse. Y no eras pobre por eso. Simplemente era invierno y se buscaban las formas de combatir el frío. Era la prehistoria, y ha vuelto.
 
       Lo de ahora es distinto. Se han creado, artificialmente y para provecho de unos pocos, varios millones de pobres energéticos. En sólo un par de años la luz ha subido un cuarenta por ciento, el mismo porcentaje en que han bajado los salarios. Y el gas y el butano, ni os cuento. Por si a alguien se le ocurre hacer el cocido a fuego lento, como toda la vida. La última ocurrencia es penalizar a quienes usen energías alternativas, poner impuestos al sol. Han encontrado un nuevo infierno, sin llamas pero con hielo, al que arrojar a los nuevos pobres, que están condenados a ver, hasta que llegue el verano, cómo el frío se instala en sus huesos mientras los pingüinos se pasean impunemente por su casa.  

jueves, 14 de noviembre de 2013

Desde Macondo. MUJERES DE ANTAÑO

Definitivamente, mi reino no es de este mundo. Que no, que estoy demodé, que todo me suena a chino, a otro momento que no es el mío. Estoy harta del “hija, eso era antes”, de valores que no entiendo. No soy egoísta, no me sale mirar hacia otro lado, no creo que los ricos deban ser más ricos y los pobres más pobres; ni que todos hayamos nacido desiguales, ni que no sea posible un mundo mejor.
       Ni siquiera soy rubia y con mechas, que es lo que se lleva entre las poderosas. He tenido la desgracia de nacer morena, aunque no creáis, que tentaciones de teñirme a ver si me iba mejor, he tenido, porque la carne es débil.
       Para colmo, tampoco soy sumisa. Vengo de otra época. Soy una mujer antigua, una mujer de antaño. De esos tiempos en los que te contaban que el hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes, que no hay amo sino compañero, que los hijos son de dos, y a ambos corresponde cuidarlos y educarlos. Y que mi inteligencia y mis capacidades no sólo pueden ser iguales, sino hasta superiores a las de cualquier varón.
       No creáis que me entero ahora de que estoy fuera de plano. Ya lo sospechaba. En los últimos meses, un ministro, el de Agricultura, comparó a las mujeres con los regadíos. Hay que tratarlos con cuidado, porque le pueden perder a uno. Luego llegó la inefable ministra de sanidad contando eso de que la falta de varón no es problema médico, para hurtar la reproducción asistida a las lesbianas. Después, la feliz idea de sacar de la lista de maltratadas a las mujeres que no requirieran hospitalización, vamos, que sólo se hubieran llevado unos empujones o un par de bofetadas. Y la guinda, el ministro empeñado en retrasar tres décadas la ley del aborto, que  aseguraba que “La maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Horror, no soy madre.
       Y empecé a tomar conciencia, después de muchas décadas conviviendo conmigo misma de que  igual no soy una mujer auténtica, al menos en este mundo. Aquí estoy, más falsa que un duro de madera, intentando ver cómo afronto el resto de mis días. A ver qué demonios hago con mis más de trescientos pares de pendientes (todos bisutería), y con las barras de labios, y las sombras de ojos, y los tacones (pocos), y con la lencería "íntima", por usar un lenguaje apropiado. Y con las cremas, que son carísimas, no las voy a tirar. Bueno, bueno, qué lío ¿Quien va a fregar ahora en mi casa? ¿Y a planchar o poner la lavadora? Son tareas propias de mi sexo y mi condición femenina, pero si ahora la he perdido (la condición, digo)...
       Y en esas estamos. Son otros tiempos. No son los míos. Es verdad que todos sabemos que primero Dios creo el cielo y la tierra, y luego el hombre, y los animales, y ya, si eso, hizo a la mujer. Pero creíamos que era una metáfora, algo de los libros de Historia sagrada, no de verdad.
       La crisis ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, volviendo a encerrarlas en casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y los recortes y la muerte de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a los hijos con problemas. Y calladitas, que la mujer ha de obedecer siempre y no pensar nunca.
       Mientras tanto, mientras se exalta a la mujer sumisa, sigue creciendo la violencia de género. Dos muertes más esta misma semana. Setecientas en una década.
       Y a una le da gana de exiliarse para siempre en Macondo, donde todas las mujeres tienen su espacio.. Úrsula dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; la exuberante Petra es la fecundidad; Santa Sofía de la Piedad sólo existe en el momento preciso; la lánguida Eréndira cumple a la perfección su papel de prostituta, y su abuela desalmada amasa una fortuna con ella. Y Amaranta muere virgen, y Remedios asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera. Felices o desgraciadas. Acompañadas o eternamente solas.
       En su mundo y en su tiempo..

jueves, 7 de noviembre de 2013

Desde Macondo. EL BOE

No está entre mis lecturas favoritas, y mira que yo leo casi todo lo que cae en mis manos. Me abruman todas esas letras apretadas bajo epígrafes de órdenes, decretos, resoluciones, disposiciones… Y sin una sola ilustración que dé un respiro a la vista y al entendimiento. Sí estudie en su momento los antecedentes, en la Gaceta de Madrid, a finales del XIX, cuando se vio la necesidad de contar con un soporte en el que publicar leyes, sentencias y toda la información oficial.
       A partir de ahí, mis contactos con el BOE han sido contados, y siempre por razones profesionales, aunque tengo que confesar que al inicio de la era de los recortes en que nos encontramos sumidos, solía mirarlo los sábados para ver qué nos habían ocultado del Consejo de Ministros del día anterior. Y hasta llegué a hacer algún descubrimiento.
       Pero el BOE, con todo lo aburrido que es, ha vuelto a ser noticia. Cierto que el papel lo soporta todo, hasta las mayores felonías. Y nuestro boletín oficial, grapadito, aséptico, con líneas apretadas, encima de las mesas de organismos oficiales, despachos de abogados y en la red, por supuesto, sigue siendo refugio de puñaladas traperas y de verdades a medias.
       Un joven estudiante alertó al mundo de la supresión de las becas Erasmus. No sé qué haría un chaval de 20 años leyendo semejante ladrillo un sábado por la mañana. Pero lo hizo, y seguro que habrá convencido a más de uno que, por el momento, nos conviene estar atentos al órgano de difusión de las noticias oficiales (uno de ellos, claro). Y sin dejar de lado las publicaciones de las distintas comunidades autónomas y las instituciones provinciales, que también dan alguna sorpresa que otra.
       No se me ocurre mayor felonía (termino definido por la Academia como fechoría, infidelidad, traición), que intentar engañar a los ciudadanos publicando en letra pequeña y sin publicidad asuntos que les atañen directamente, que les van a cambiar no sólo el bolsillo sino la vida. Y quedarse tan anchos. Te quito la beca. Lo avisé en el BOE.
       Seguro que también andarán por ahí, entre las líneas del boletín, la orden que autoriza a poner cuchillas en las vallas anti-inmigrantes, y la reducción del subsidio por desempleo, y otro montón de cosas de las que nos enteraremos cuando nos toque. De alguna ya nos hemos enterado.
       En nuestro Macondo particular, el BOE se ha convertido en los papeles de Melquiades, que además estaban escritos en sanscrito y en pergamino. Fueron precisas seis generaciones de Buendías y un siglo para descifrarlos. Cien años de soledad para enterarse de que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres.
 

martes, 5 de noviembre de 2013

ERASMO

No sé de quien fue la idea de bautizar con el nombre del humanista holandés el programa de movilidad de estudiantes en el espacio europeo. En cualquier caso, una idea acertada, como la de usar el nombre de Sócrates para otro proyecto educativo, o adoptar la Oda a la Alegría de Schiller, poeta de la libertad, con música de Beethoven como himno oficial. O poner estrellitas en una bandera con fondo azul en el universo del viejo continente. O llamar euro a la moneda de nuestros dolores.
       Sea como sea, había que empezar a construir, y qué mejor que hacerlo, en el terreno de la educación, de la mano “del primer europeo consciente de serlo”, como lo definió Zweig.  Erasmo de Rotterdam, el “erasmus” de las becas, representó en su momento la tolerancia, la curiosidad, la inquietud por llegar a todos, la libertad de pensamiento…
       Todo lo que, trasladado al tiempo presente, hace al hombre más rico (de espíritu), más plural, más abierto de mente, más sociable. Y más europeo. Miles de jóvenes en los últimos años han tenido oportunidad de conocer otras culturas, otra forma de pensar, de vivir, de relacionarse, de mirar al futuro, de ampliar los horizontes que, de otra forma, terminarían en su ciudad o en otra situada a unos pocos kilómetros de distancia.
       Lo que antes hacían los favorecidos por la fortuna, estudiar en un internado suizo o en una prestigiosa universidad británica, o hacer un máster en América, ha estado, por obra y gracia de las erasmus, al alcance de todos. La historia siempre se repite, tozudamente, pasen los siglos que pasen. Erasmo era hijo ilegítimo de un sacerdote y una sirvienta. Nunca le sobró el dinero, pero fue capaz de extender sus ideas por toda Europa. Hasta que lo censuraron, quemaron sus libros e intentaron borrar su memoria de la faz del continente.
       Y vuelve a repetirse la historia. Cual moderno Torquemada (lo de moderno es un eufemismo), el ministro de Educación, que me da grima hasta nombrarlo, decidido cerrar el grifo. Así, cuando el curso está empezado y las ilusiones en marcha progresan adecuadamente. Erigiéndose en Dios, como Zeus en el mito clásico, ha raptado a Europa quitándosela a miles de jóvenes de hoy y de mañana. Ya no será una mujer pública; reservará sus encantos para el club de selectos que puedan permitirse su compañía. Porque la rectificación, que tanto le ha costado no es tal. Sólo vale para este curso y si antes no tiene otra ocurrencia. Erasmo sigue en el corredor de la muerte.
       Europa está hoy más lejos de nosotros. Seguirá habiendo estudiantes erasmus. Seguro, pero tal vez habría que cambiar el nombre al programa. Erasmo lo haría, sin duda alguna.
 

sábado, 2 de noviembre de 2013

DONDE HABITA EL OLVIDO



Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista. (Luís Cernuda)



Tomo prestados los versos de Cernuda, quien a su vez se inspiró en Bécquer ("donde habite el olvido, allí estará mi tumba), para hablar de cementerios, de esos lugares que siempre producen en mí sentimientos encontrados, entre temor antiguo, curiosidad, respeto, deseo irrefrenable de pasear leyendo las inscripciones de las lapidas... Y de salir huyendo.
      No me gusta visitar el cementerio en el Día de Difuntos. Ni tan siquiera aquel que guarda grabados en piedra los nombres de los seres queridos que habitan en mi memoria. Me abruman los afanes de gentes colocando margaritas aquejadas de gigantismo-crisantemos-y esas horribles crestas moradas y granates. Me agobian, aunque respeto, los ires y venires de quienes en este día limpian afanosamente el cristal de la foto, la cruz dorada y el mármol que ha soportado estoicamente, sin ayuda, las lluvias del invierno, el polvo del verano. El barro de todo un año.
      Y sin embargo, los cementerios, todos, de cualquier confesión, en cualquier lugar, tienen algo que atrae. Conviven en ellos el más imponente mausoleo  con la tumba sin lápida, sólo de tierra; el mármol suntuoso con el ladrillo proletario.
      He visitado muchos cementerios en distintas partes del mundo. Hay diferentes formas de entender las relaciones con los muertos, de honrarlos, de tenerlos presente. Hace muchos años, en una ciudad de mayoría musulmana, cuando mostré mi extrañeza por encontrar cementerios en pleno centro, rodeados de viviendas, me contestaron :"Ustedes alejan a sus muertos, nosotros, convivimos con ellos". Algo parecido me sucedió al conocer la Ciudad de los Muertos, en El Cairo, donde un número indeterminado de personas, un millón se dice, han levantado sus infraviviendas entre las tumbas, usándolas, con todo respeto, como mesa de comedor y hasta lugar para tender el colchón. En La Ciudad de los Muertos, que puede verse en la fotografía,  hay mercado, y buzón de correos, y hasta se ha habilitado una escuela.
      No hay lugar para el olvido. Tampoco en el cementerio de Colón, en Cuba, con semáforos, paradas de autobuses escolares y plenamente integrado en el centro urbano. Y de una belleza sobrecogedora, en medio del bullicio.
      A estas horas, ya se habrá hecho el silencio en los cementerios. Ha pasado el día de Difuntos y vuelve a reinar el olvido.
      Mientras nuestros muertos siguen habitando en la memoria.

DONDE HABITA EL OLVIDO



Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista. (Luís Cernuda)



Tomo prestados los versos de Cernuda, quien a su vez se inspiró en Bécquer ("donde habite el olvido, allí estará mi tumba), para hablar de cementerios, de esos lugares que siempre producen en mí sentimientos encontrados, entre temor antiguo, curiosidad, respeto, deseo irrefrenable de pasear leyendo las inscripciones de las lapidas... Y de salir huyendo.
      No me gusta visitar el cementerio en el Día de Difuntos. Ni tan siquiera aquel que guarda grabados en piedra los nombres de los seres queridos que habitan en mi memoria. Me abruman los afanes de gentes colocando margaritas aquejadas de gigantismo-crisantemos-y esas horribles crestas moradas y granates. Me agobian, aunque respeto, los ires y venires de quienes en este día limpian afanosamente el cristal de la foto, la cruz dorada y el mármol que ha soportado estoicamente, sin ayuda, las lluvias del invierno, el polvo del verano. El barro de todo un año.
      Y sin embargo, los cementerios, todos, de cualquier confesión, en cualquier lugar, tienen algo que atrae. Conviven en ellos el más imponente mausoleo  con la tumba sin lápida, sólo de tierra; el mármol suntuoso con el ladrillo proletario.
      He visitado muchos cementerios en distintas partes del mundo. Hay diferentes formas de entender las relaciones con los muertos, de honrarlos, de tenerlos presente. Hace muchos años, en una ciudad de mayoría musulmana, cuando mostré mi extrañeza por encontrar cementerios en pleno centro, rodeados de viviendas, me contestaron :"Ustedes alejan a sus muertos, nosotros, convivimos con ellos". Algo parecido me sucedió al conocer la Ciudad de los Muertos, en El Cairo, donde un número indeterminado de personas, un millón se dice, han levantado sus infraviviendas entre las tumbas, usándolas, con todo respeto, como mesa de comedor y hasta lugar para tender el colchón. En La Ciudad de los Muertos, que puede verse en la fotografía,  hay mercado, y buzón de correos, y hasta se ha habilitado una escuela.
      No hay lugar para el olvido. Tampoco en el cementerio de Colón, en Cuba, con semáforos, paradas de autobuses escolares y plenamente integrado en el centro urbano. Y de una belleza sobrecogedora, en medio del bullicio.
      A estas horas, ya se habrá hecho el silencio en los cementerios. Ha pasado el día de Difuntos y vuelve a reinar el olvido.
      Mientras nuestros muertos siguen habitando en la memoria.

jueves, 31 de octubre de 2013

Desde Macondo. METADATOS

Qué tiempos aquellos en que los espías llevaban gabardina y sombrero de ala ancha. O eran mujeres fatales, tipo Mata-Hari con las armas en el liguero. O simplemente, eran ciencia-ficción, como el Gran Hermano de Orwell. Todos sabíamos dónde estábamos. Lo veíamos en las películas americanas. Micrófonos en los conductos de aire acondicionado, grabadoras en la rosca del teléfono, videocámaras camufladas debajo de un cuadro convenientemente agujereado…
       Eso era lo que entendíamos por espiar, antes de tener que hacer un cursillo acelerado sobre los metadatos. Datos sobre los datos. Sesenta millones de llamadas telefónicas espiadas en sólo un mes. Y eso no es grave, dicen. Lo grave es que hayan escuchado a la Merkel o a Rajoy. Es deslealtad entre amigos y aliados. Lo que pase con la democracia, con los derechos y libertades de los ciudadanos, sólo son un par de artículos escritos en varias docenas de declaraciones y constituciones. Papel mojado.
       No tengo nada que esconder, creo. Pero no me hace ninguna gracia que de una llamada a un hotel, seguida de varias a distintos amigos, y hechas por la noche, deduzcan que voy a montar una orgía. Que eso, dicho en román paladino, es en lo que se basan los dichosos metadatos. Sin escucharme, sin colocar micrófonos ni cámaras, pueden saber el horario laboral, si eres casera o prefieres la calle, si tienes pareja o la buscas. O si te estás arreglando la boca, por repetidos contactos con una clínica dental.
       Los espías ya no llevan gabardina gris. No esperan tras la esquina para seguir silenciosamente tus pasos. Son jóvenes, expertos en informática y pueden estar a diez mil kilómetros de distancia. A la misma distancia a la que envían la democracia y tus derechos.
       Todo eso, mientras intentan hacerte creer que luchan contra el terrorismo o cualquier otra zarandaja que se les ocurra. Y, por supuesto se “destapan” en el momento conveniente. Ya sabéis, mientras jugamos a los espías y pensamos si, cual modernos Mortadelos irán disfrazados de caracol, de torero o de merluza del Cantábrico, no hablamos del paro, del drama de los desahucios, del emprobrecimiento de la población, de la deuda, del sacrosanto objetivo de déficit. Nos espían y prefieren que sigamos leyendo tebeos, riéndonos con las ocurrencias absurdas de los agentes de la TIA e indignándonos lo justo para no molestar demasiado.
       Somos lo que dicen  nuestros datos, tratados como marcan los mercados. Saben qué nos interesa, qué compramos, qué queremos, en qué ocupamos el tiempo libre…La información es poder y el poder, hoy por hoy, se refiere únicamente al dinero. La rentabilidad está por encima de la privacidad. Y de la humanidad.
       En el remoto Macondo no hay cobertura. Todos saben la vida de cada uno de sus vecinos. Pero en el día a día, a pequeñas dosis. Sin metadatos.
 

domingo, 27 de octubre de 2013

YAYOFLAUTAS

"Cuando yo llegue a vieja-si es que llego- y me mire al espejo y me cuente las arrugas como una delicada orografía de distendida piel. Cuando pueda contar las marcas que han dejado las lágrimas y las preocupaciones, y ya mi cuerpo responda despacio a mis deseos,cuando vea mi vida envuelta en venas azules,en profundas ojeras,y suelte blanca mi cabellera para dormirme temprano-como corresponde-, cuando vengan mis nietos a sentarse sobre mis rodillas enmohecidas por el paso de muchos inviernos,sé que todavía mi corazón estará -rebelde- tictaqueando y las dudas y los anchos horizontes también saludarán mis mañanas".
(Gioconda Belli)
 
Cuando pase la crisis, si es que pasa, y aún vivimos para contarla, seguro que olvidaremos muchas cosas, que pasaremos de puntillas por otras y que esconderemos en el último rincón de la memoria los sinsabores, las decepciones, el miedo, la tristeza las mil historias de adioses que nos han tocado de cerca, las que conocimos de oídas, las que nos golpearon de lleno.
       Borraremos del álbum de fotos las imágenes más negras, las que distorsionaron la realidad en la que vivíamos, las que hacen daño con sólo mirarlas. Pocas cosas podremos rescatar de estos años del diluvio para hacerles un lugar en nuestra vida futura, en la vida después de la crisis.
       Tengo claro, sin embargo, que nunca voy a olvidar a los mal o bien llamados "yayoflautas". Creo que, tras los primeros y estremecedores instantes del Movimiento 15.M, de quienes se dicen hijos, porque nacieron después, no hay nada que me haya sorprendido más en este tiempo fatal.
       Han roto con todos los tópicos y nos han dado-nos dan cada día- una lección. Revolución y movimiento no se asocia ya a juventud. Inconformismo, tampoco. Ni horizontes.
       Los abuelos han salido a la calle para defender pensiones, sanidad, educación...Han echado simbólicamente a los mercaderes del templo, ocupando catedrales, y hasta la embajada de Alemania. Se han subido al autobús de la vida con pitos y fanfarrias para proclamar a los cuatro vientos que quieren seguir en el camino y, sobre todo, que quieren que los suyos sigan caminando por la senda que ellos marcaron hace muchos años.
       Estremece ver a una anciana con camiseta verde, o blanca, hablando del colegio de sus nietos, o reclamando sus ahorros a la puerta de cualquier sucursal bancaria. Abuelos con bastón o con andador, apoyándose en sus razones cuando las piernas no les sostienen, nos dan día a día clases de dignidad. Y nos sonrojan.
       Conocieron el infierno y no se resignan a volver a caer en las llamas. Defienden su presente y nuestro futuro. Y rompen con todo.
       Los veo cada día en las noticias y me producen una mezcla de ternura y orgullo, de envidia y de tristeza, Por no poder ser como ellos y por haberlos obligado, a sus años, a echarse a la calle por nosotros.

jueves, 24 de octubre de 2013

Desde Macondo. EL BANQUETE (No estamos invitados)

No es el de Platón, que ése hablaba del amor, y yo quiero hablar de cosas más prosaicas. De dinero, vaya. Hablo de esa comilona con lujo y oropeles que al parecer se está celebrando en un palacio secreto de este país nuestro, y de la que nos llegan noticias de cuando en cuando, mientras nosotros seguimos salivando pensando en los manjares que figuran en la carta.
       Porque no estamos invitados. Ni mucho menos. En el colmo de la crueldad, nos cuentan los detalles. Vajilla de la más fina porcelana, cubertería de plata, una legión de camareros uniformados, los mejores caldos y licores, los dulces más exquisitos. Ostras y caviar, por supuesto. Y orquesta en directo.
       La ocasión se lo merece. Celebran el crecimiento, el fin de la crisis, la salida del túnel, la subida de la Bolsa, la multiplicación de los beneficios de la Banca, el aumento del número de millonarios…
       Sabemos que hay una fiesta. Escuchamos las risas, el tintín de las copas de cristal de Bohemia en los brindis, las felicitaciones y los parabienes. Esto marcha. España va bien. Comamos y bebamos, que no nos va a amargar el festín un informe de Cáritas que dice que millones de personas tienen problemas para comer un plato de lentejas. Menuda vulgaridad.
       Hemos hecho muchos sacrificios para llegar hasta aquí. Hemos tenido que cargarnos los derechos laborales y buena parte de los sociales; hemos tenido que recortar en salud, en educación, en atención a los más desfavorecidos. Y en salarios, por supuesto. Hasta hemos enviado a buena parte de nuestros jóvenes a fregar platos a Londres o a Berlín.
       Pero sigue la fiesta. Barra libre para los afortunados invitados al banquete. Aunque los Presupuestos que nos acaban de presentar sigan hablando de austeridad hasta más allá del 2015, aunque los de fuera del palacio seamos un treinta o un cuarenta por ciento más pobres, aunque los autónomos asfixiados cierren a diario sus negocios y los que se han creído lo de la Ley de emprendedores vean como se esfuman sus ahorros en un negocio imposible de mantener sin consumo.
       Se está celebrando un banquete y los que hemos puesto la mesa (y fregaremos los platos), no estamos invitados.
       Yo, siempre en Macondo, recuerdo a Petra Cotes, que tenía la virtud de exasperar a la naturaleza, y a su paso, criaban los conejos a millares, y las vacas por docenas, y hasta los billetes se multiplicaban de tal forma que dieron para empapelar con ellos la casa por dentro y por fuera, mientras el resto de los vecinos miraban estupefactos sin participación alguna en los beneficios del milagro. A ellos, como a nosotros, “los ángeles de la guarda se le dormían de cansancio mientras ponían y quitaban monedas tratando de que siquiera les alcanzaran para vivir”.
       No estamos invitados, y eso no es lo peor de todo. Lo peor es saber que esta fiesta la estamos pagando entre todos y que la seguiremos pagando, si algún día queremos comer las migajas que sobren del banquete.

jueves, 17 de octubre de 2013

Desde Macondo. ¿Y A MÍ QUÉ?

Nunca pensé que diría esto. Y mucho menos que lo escribiría, aunque confieso que lo he pensado muchas veces. Pero ahora lo pienso, lo digo y lo escribo con demasiada asiduidad ¿Y a mí qué? Veo en las portadas de los diarios y en las cabeceras de los informativos, con profusión de detalles, los problemas de los partidos políticos, de las instituciones, de los sindicatos, del poder judicial, de…
       Problemas con las primarias, enfrentamientos entre barones por el control del partido de turno, quinielas acerca de cabezas de lista o de defenestrados. Reuniones a puerta cerrada de las que se filtra casi todo, presidenciables, candidatos a lo que sea, dinosaurios que se resisten a desaparecer y alevines que muestran la patita.
       Qué fatiga. Resulta que todo lo que habíamos creado como solución se convierte en problema. Los partidos no se acercan a los ciudadanos, los sindicatos, no los defienden, los bancos no prestan y se quedan con nuestro dinero; los jueces tienen apellido, según se inclinen a uno u otro lado. Hasta la Iglesia, a la que muchos acuden como consuelo en estos tiempos del cólera se ve sacudida por mil y un escándalos.
       El contrato social es papel mojado. Desde tiempos de Rousseau todos teníamos claro que el hombre construye sociedades para beneficiarse mutuamente, para asistirse. Abandona su yo individual y se somete a las leyes y a las normas a cambio de algo. Paga impuestos para tener pensiones, y seguridad social para ser atendido en la enfermedad. Y crea estructuras para asegurarse que la sociedad funciona. Con más o menos acierto. Pero lo han cancelado unilateralmente.
       Ahora parece que todo lo hemos hecho mal. Que el contrato se ha roto por la parte más débil, la de todos aquellos que hemos cumplido lo que firmamos y que encima tenemos que aguantar el bombardeo incesante sobre los problemas particulares de quienes debieran solucionar los generales. A fuerza de subrogarse, de subcontratar con los Mercados, la deuda, el déficit y demás, han desvirtuado la idea original.
       No es cuestión de dimitir el mundo, de rescindir el contrato y echarse al monte, pero se impone peligrosamente el ¿y a mí qué?, el todos son iguales y esa molesta sensación de que los problemas reales, los de la parte contratante, no importan a los contratados.
       No pueden pretender que nos quite el sueño la financiación autonómica, la sucesión en el liderazgo de tal o cual partido, las trifulcas en el Parlamento o la renovación del poder judicial, cuando hay sobre la mesa un informe de Cáritas con escalofriantes cifras sobre la pobreza. O cuando el futuro de millones de personas pende de una subida del 0,25. O cuando llega el frío y es un auténtico problema calentarse.
       Mucho se ha hablado y escrito acerca de la desafección de la gente hacia la política. Más cuando se miran las cifras crecientes de abstención en las distintas consultas electorales. De los polvos del “y tú más” nacen los lodos del “¿y a mí qué?.
       Y el contrato social, paso a paso, deja de tener sentido.

jueves, 10 de octubre de 2013

Desde Macondo. POBRÓLOGOS

El término no está en el diccionario. Todo se andará. No es un oficio que se aprenda en la universidad, ni tan siquiera en la FP que ahora nos venden como la panacea, aunque no haya plazas para todos. Y sin embargo, estamos rodeados de pobrólogos por tierra mar y aire. Y por plasma, ni os cuento.
       Hay pobrólogos en la radio, en la prensa, en la tele, por supuesto. En la sala de espera del médico, en la cola del paro, en el supermercado, en los bares, en la puerta de los colegios y hasta en los centros de mayores. Porque hay categorías, como en todo. Hay pobrólogos titulados e incluso doctorados. Economistas los llaman. Analistas, a veces. Otros, que han oído campanas, y que conocemos como tertulianos varios. Los más, quienes no tienen formación académica y lo que saben (mucho), es sólo futo de la práctica y la experiencia.
       Unos son internacionales, y pueden hablar de pobrología internacional. Otros, los da la tierra y nos cuentan sus teorías sobre el país. La mayoría, son locales. De la tienda de al lado, del rellano de la escalera, de la barra del bar…
       Todos son pobrólogos. Y te cuentan en un momento, cada cual desde su tribuna, cuánto ha subido la vida, lo que han bajado los sueldos, lo que vale un kilo de patatas o cómo se ha reducido el producto interior bruto. Y lo que suma la deuda, y lo que supone el IVA o lo que cuestan los libros, ahora que ya no hay becas.
       Hasta hacen previsiones. Los doctorados en Pobrología, a largo plazo. Estudiando complicadas curvas de crecimiento, mostrándonos estadísticas y sesudos estudios. Los no titulados, pensando si la pensión llegará hasta fin de mes o si pueden permitirse pagar la matrícula del niño este año. O si comprar ternera o pasar con pollo. Si comprar las pastillas o llenar la olla.
       Hay pobrólogos de a pie, y hay pobrólogos expertos en pobres. Como dice Eduardo Galeano, los  pobrólogos, hablan por ellos. “Nos cuentan en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen.”
       Unos y otros conviven en este país nuestro. Los que sufren el empobrecimiento y los que les cuentan los porqués. Los que dicen que es lo que toca, y los que aseguran estar haciendo las cosas como Dios manda.
       Como si algún Dios mandara inundar la tierra de pobrólogos. Y de pobres.

domingo, 6 de octubre de 2013

MARE NOSTRUM

Nuestro Mar. Y ahora también el suyo. El Mediterráneo ha vuelto a ser lo que siempre fue. Puente entre Europa, Asia y África. Canal de comunicación con el inmenso océano Atlántico, con el mar Rojo, con el Negro. Una enorme masa de agua que permitió el desarrollo de Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana.
       A lo largo de la historia del Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, personas de todas las épocas, de todas las razas, colores y creencias han surcado sus aguas buscando horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. El mar ha servido para ensanchar el mundo, para compartir ideas. Hasta la democracia nació en sus orillas.
       Por eso estremece saber que se ha convertido en un inmenso cementerio. Los cientos de muertos de la tragedia de Lampedusa han desenterrado bruscamente la verdad. Más de veinte mil muertos se han tragado las aguas del Mare Nostrum en los últimos años. Todos africanos que buscaban una nueva ruta, la de la supervivencia. La de la vida.
       No sé en qué momento hemos decidido que el Mediterráneo nos pertenece sólo a nosotros, que es nuestro mar y nadie más-salvo que sea en cruceros y previo pago, tienen derecho a transitar por las vías que abrieron todas las civilizaciones del mundo y que desde el llamado primer mundo nos hemos encargado de blindar.
       Hemos visto las imágenes en televisión. Nos hemos compadecido contemplando esos pequeños ataúdes blancos, y hasta hemos dedicado un rato a comentar los sueños rotos de decenas de familias. Y hemos pasado página. Probablemente, el próximo verano nos bañaremos en las cálidas aguas de cualquier playa mediterránea, y comentaremos la suerte de tener el mar tan cerca.
      Y para nosotros. Nuestro mar. En el fondo están todos aquellos con los que no quisimos compartirlo.
 

jueves, 3 de octubre de 2013

Desde Macondo. EL SÍNDROME DE HIBRIS

Por alguna extraña razón me he topado varias veces en los últimos tiempos con el término “hibris”, que tenía olvidado desde que en mi juventud estudié las tragedias griegas. Con una grafía distinta, pero con el mismo significado. Aplicado a héroes mitológicos, a reyes y reinas, a dioses o a titanes. Y extrapolable a muchos personajes de la actualidad, como iréis viendo si tenéis la paciencia de leer hasta el final.
       La “hibris”, en un tiempo en que no existía el concepto de pecado que nos ha perseguido en los dos últimos siglos, podía traducirse como desmesura, endiosamiento. Era el desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno, especialmente cuando alguien se hallaba en una posición privilegiada. Vamos, lo que ahora llamaríamos borrachera de poder.
      Ejemplos hay a montones en los textos clásicos, desde Edipo a Antígona, pasando por Heracles o Prometeo. Todos ellos quisieron ser más, ir más allá del lugar que les había asignado el destino y recibieron por ello justo castigo.
       Pero no sólo en Macondo el tiempo es circular. Todo regresa, y la ciencia moderna, tomando como base la herencia griega, ha descrito el llamado “síndrome de hibris”, una alteración de la personalidad que afecta, lo habéis adivinado, a los que tienen poder, especialmente político o económico. O ambos.
       Los síntomas nos suenan. Son individuos que no escuchan, que se sienten infalibles e. insustituibles. Desprecian las opiniones de los demás e identifican su “yo” con la nación, región o lugar que dirijan. Hablan de sí mismos en tercera persona, y hasta utilizan el plural mayestático. Se comportan como auténticos tiranos y no admiten que puedan estar equivocados, aún cuando las evidencias de que sus actos perjudican gravemente a terceros estén fuera de toda discusión.
      Seguro que a estas alturas ya tendréis muchos nombres en mente. De todas las épocas de la Historia, del pasado más reciente y hasta de la actualidad. Yo también.
          Pero regreso a Macondo.  Cuando el coronel Aureliano Buendía volvió a su pueblo, con mando en plaza,  decidió  trazar un círculo de tiza a su alrededor para que nadie se le acercara demasiado,  a menos de tres metros. En el centro de este círculo que sus edecanes trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía con órdenes breves e inapelables el destino del mundo.
Y por su hibris, los dioses lo condenaron a Cien Años de Soledad.
 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Desde Macondo. CONSTITUCIONES Y COMPARACIONES

Justo cuando la mayoría de los textos constitucionales son poco más que papel mojado, por no decir papel de otros usos, un famoso buscador en Internet lanza un producto curioso, cuando menos. Constitute se llama, y es ni más ni menos que un comparador de las casi doscientas Constituciones en vigor a lo ancho y largo de la geografía mundial. Muy curioso. Agrupadas en treinta temas, se nos muestran las diferencias y similitudes en derechos y deberes. Del Gobierno y de los ciudadanos, por supuesto.
       Unas datan de hace pocos años, otras, de principio de siglo, muchas de mediados del pasado siglo, después de la guerra mundial y de los movimientos independentistas. Todas hablan de libertad, de derecho a la educación, al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, a la Justicia, a la libre expresión, a la paz, al bienestar de todos, con especial incidencia en los más desfavorecidos, léase ancianos y niños…
       Alguna va más allá y habla de derecho a la felicidad, un debate abierto en estos momentos en Brasil. E incluso, como en el caso de Bután, establecen el FIB, índice de felicidad bruto como un medidor de la situación de sus ciudadanos. También aquí, en la Constitución salida de las Cortes de Cádiz, en 1812, un artículo decía El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”.  Ya veis, cualquiera tiempo pasado sí fue mejor.
       Sobre el papel, nuestra Carta Magna resiste cualquier comparación. Y hasta queda en buen lugar. Desafortunadamente, cualquier parecido con la realidad actual es mera coincidencia. Sabemos a lo que tenemos derecho y dónde lo pone. Nada más.
       Por eso me resbala todo el debate sobre la reforma de la Constitución del 78. Que si para solucionar el problema catalán, que si para “arreglar” el tema de la Corona, para delimitar las funciones del heredero…La Ley de leyes perdió para mí todo su carácter de sacrosanta, su aureola de marco perfecto para la convivencia, cuando fue modificada, con agosticidad y alevosía tras una llamada de Merkel para establecer el maldito techo de déficit que Dios confunda.
       A partir de ahí, caída en picado. Ni salario digno,  ni educación y sanidad gratuita y universal ni ancianos protegidos ni nada de nada. Sería preciso un comparador sobre el grado de cumplimiento,  no sobre el texto, sobre el papel que lo aguanta todo.
       Y mucho que temo que en ese análisis, el de la realidad, habría pocas diferencias.
Cuando el coronel Buendía se retiró a Macondo, tras participar en 32 guerras y constatar que no se luchaba por las ideas, sino por el poder, dijo eso de que la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros iban a misa de cinco y los otros, a la de ocho. La única comparación posible.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Desde Macondo. INDIGNOS E INDIGNADOS

Dos nombres, José Arcadio y Aureliano, se repiten sin cesar, generación tras generación, en Cien Años de Soledad. Todos los padres y los hijos, todas vidas, todas las miserias, las guerras, los inventos, las pasiones, los miedos, se reducen a dos nombres y sus titulares, repiten incansablemente las características de sus antecesores. Los Arcadios son impulsivos y autoritarios, los Aurelianos, tímidos y retraídos. Y así estuvo dividido Macondo durante un siglo. Hasta el diluvio.
           Ahora, que está lloviendo a mares, me viene a la cabeza otra división, la que hace Eduardo Galeano cuando dice que el mundo, nuestro mundo, se divide sobre todo en indignos e indignados. Y no hay mucho más que decir. Si acaso que, desafortunadamente, el reparto no es equitativo y que, como en la estirpe de los Buendía, unos alzan la voz y otros se indignan en silencio.
           Tal vez siempre haya sido así, y el resto, sólo sean paréntesis. Siempre ha habido ricos y pobres, señores feudales y siervos, amos y criados, opresores y oprimidos…
           Pero venimos de un paréntesis, creíamos haber dejado a uno y otro lado del signo ortográfico la desigualdad salvaje, la avaricia sin medida, la falta de empatía, las humillaciones, el miedo, el hambre, la enfermedad sin cura, los silencios y la resignación.
           Llegamos a creer que había muchos nombres, cada uno con sus particularidades, con sus libertades y sus servidumbres. Con sus oportunidades. Y en un abrir y cerrar de ojos hemos vuelto a la dualidad de siempre. Unos pueden estudiar, otros no. Unos comen varias, otros rebuscan en los contenedores. Aquellos tienen casa, éstos, el cielo como techo. Unos miran a lo lejos, al horizonte amplio y luminoso; otros, pisan con cuidado el suelo que amenaza con derrumbarse bajo sus pies.
           Los indignos (llámense poderes financieros o económicos, o Gobiernos que los amparan) permiten que decenas de millones de indignados hayan perdido hasta la voz, hasta el orgullo de clase oprimida, que es lo que permite levantarse y andar. Han hecho del mundo un compartimento estanco donde no caben las diversidades. Sólo ellos y el silencio.
           Las mareas de colores no traspasan los muros de separación. Demasiado gruesos para que lleguen las voces y los lamentos. Los gritos de indignación. Y poco a poco, la brecha es más profunda. Se van perdiendo los nombres y los adjetivos calificativos.
           Sólo quedan indignos e indignados. Y la sensación de que debemos renombrarnos, que tenemos que inventar un espacio diferente, nuevo, como el Macondo primero, cuando el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

A MARISA (Le prometí que volvía en septiembre)


No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta (Eduardo Galeano)



Y aquí estoy, aunque no me hayas esperado. Sé que me leerás. Siempre lo has hecho. Aún cuando ya leer te era difícil y mucho más contestarme, poner ese comentario amable que engordaba mi ego, que me hacía sentirme buena. Quedan, para ti y para mi las largas conversaciones en el ciberespacio, cuando ya la cruel enfermedad se había atravesado en tu garganta cercenando tu voz poderosa y clara, y sólo quedaban las letras, y los ojos, para comunicarnos.
           No me has esperado, y busco en vano la luz verde junto a tu nombre que me indica que estás en línea, que podemos hablar de lo divino y lo humano, que podemos reírnos sin sonido, con un ja,ja,ja que nos sirve igual; y que no me contestarás con el pulgar hacia abajo cuando te pregunte cómo estás.
           Qué va. Ya sabes que soy tu experimento. Los primeros pendientes colgaron de mis orejas casi al tiempo que de las tuyas. Y me puse en el brazo, con más miedo que vergüenza, la primera pulsera de cerámica, delicada, frágil. Pero tuya. Y el colgante de Las Mondas, y el abanico, pionero de los cientos que después pintaste.
           Antes que la muerte se atravesara en tu garganta hablábamos de teatro, y de libros, y de toros. Y de todas las ideas que pugnaban por salir atropelladas de tu cabeza para llegar a las manos de artista. Miro a mi alrededor y veo las minúsculas pilas de agua bendita, los pendientes rojos y los morados, del que sólo queda uno porque no llegaste a hacerme el que se rompió. Y los verdes, como una hoja de parra.
           Te prometí que volvía en septiembre y, con Frida en tu regazo, me miraste asintiendo.  Pero has tenido prisa. No sé. Ya sabes que siempre se dice que el oficio artesano se va perdiendo, y tal vez allá arriba, en las nubes, necesiten una maestra; o están aburrridos y precisan una actriz de raza que, sin IVA, les proporcione mil y una tardes de teatro.
           Voy a aguzar el oído para escucharte en el silencio. Y a escudriñar las nubes, buscando una greca azul y blanca, de las que tu pintabas. Y a buscar ángeles con alfileres de corbata de cerámica, y palomas con peinetas con alegres entre las plumas.
           Y sabré que no te has ido. Simplemente, has trasladado el taller. Aunque ahora me queda tan lejos…
 
 

jueves, 12 de septiembre de 2013

Desde Macondo. SIENTE UN POBRE A SU MESA

O a un universitario, que no sólo de pan vive el hombre; el espíritu también necesita alimento. Y los tiempos han cambiado desde que Berlanga, inspirado por la campaña franquista de ser caritativo en navidades, nos regalara su irrepetible Plácido.
           No sé quién o qué habrá inspirado a la presidenta de los rectores universitarios para lanzar la idea de apadrinar a un estudiante pobre. No me cabe duda de que lo ha hecho con la mejor intención, probablemente desde la triste certeza de que muchos talentos pueden quedarse por el camino por falta de medios. Pero se ha equivocado. En tiempos de Plácido no había Constitución que garantizase la educación pública y universal. Estudiaban y comían los ricos y los que recogían las migajas de caridad que les lanzaban por debajo de la mesa.
           Es el Estado quien debe sentar a su mesa, a la mesa común, a todos los hambrientos de pan y libros, que diría Lorca, y nadie puede justificar, con padrinazgos y caridades, su dejación de funciones. No queremos una España caritativa, vertical, de arriba abajo, sino solidaria, horizontal. Entre iguales. Sin humillaciones gratuitas, sin que nadie nos arroje un hueso que roer para engañar el hambre.
           Dicen los entendidos que se inicia el curso escolar más caro desde la llegada de la democracia. Y no sólo en la Universidad. Con becas recortadas, libros caros, transportes escolares suprimidos, comedores cerrados o inalcanzables, la Educación necesita mucho más que padrinos. Los que ya peinamos canas, y tuvimos el privilegio de estudiar una carrera, tenemos aún fresca la memoria de aquella compañera tan lista que tuvo que ponerse a servir, o el chico espabilado, primero de la clase, al que le esperaban las duras tareas agrícolas al acabar la educación básica, si es que tenía la suerte de terminar.
           Y de aquel otro, al que el cura envió al seminario, porque prometía. O la ahijada de la señora, que hizo magisterio pagado por la jefa de sus padres. Muy feudal, pero muy real. Lo juro.
           Tan real como los miles de hijos de campesinos, camareros, albañiles o ministros que en las últimas décadas se han convertido en ingenieros, médicos, abogados o profesores. Con dificultades, probablemente, pero sin caridades. Con esfuerzo, pero con derecho.
           En Macondo, al principio, todas las casas y todas las familias eran iguales. Sin clases. Y aún cuando los Buendía se erigieron en guías espirituales de la aldea, su sentido de la hospitalidad, para acoger por igual a vivos y muertos, no dejaba ningún resquicio a la caridad mal entendida. Fueron añadiendo habitaciones, y hasta comprando 72 bacinillas-para 68 jóvenes y 4 monjas- con total naturalidad. Como parte de su responsabilidad
           Sin mecenazgos ni patrocinios.